La joven efébica, alada y verdosa, llamaba con su canto a los cocodrilos, las lagartijas y a sus machos ingenuos. Ellos, dispuestos, se abalanzaban a las lianas para llegar a conquistarla y dejarse devorar por sus fauces hambrientas. Había muchos, cientos, haciendo cola, entre las ramas de los árboles; a ver a quién le tocaba antes. La amantis religiosa hembra, cantante de ópera y famosa por ser la más rápida haciendo encaje de bolillos, esperaba impaciente, escondida entre las hojas camaleónicas, su época anoréxica. Dejaba sus labores para otros ratos y entonces empezaba a trabajar para mantener la especie: uno por uno iban pasando por sus fauces, los machos verdes, contentos y maravillados, viendo como el de delante era engullido y vomitado por la cantante. Así, cuando el vómito secaba, ya tenía la cama arreglada para los pequeños, convertidos, año tras año, en orquestas de cantores.
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