La abuela se saca la dentadura postiza; la lava con destreza, apoyada por un cepillo de dientes y la técnica mejorada del pasar del tiempo. Su nieto, de cuatro años, la observa recordando los dientes, en las manos, de su otra abuela. Al fin, después de un rato de tocarse los suyos, pequeños y perfectamente alinéados, comenta resignado:
- Yo no puedo sacármelos.
Enrique se va enfadado con su dentadura, buscándole las vueltas en el velo del paladar.
- Yo no puedo sacármelos.
Enrique se va enfadado con su dentadura, buscándole las vueltas en el velo del paladar.
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