viernes, 22 de diciembre de 2006

POR UN DOLAR Y MEDIO

La patética vida del republicano fascista.

Por extraño que parezca este hombre de ojos turbios y boca pequeña se tira de los pelos de la ceja derecha pensando en su siguiente víctima. Es un devorador de mascotas y le gusta lidiar con los toros. De familia le viene al galgo. Es un sabueso. Cuando los demás se dejan les roba el alma en su cara y se vanagloria de ello. No tiene escrúpulos aunque le guste convencerse de lo contrario.

Pensativo, mira de frente, sin ver más que dentro de su cabeza imágenes inventadas y filtradas por sus desgastadas conexiones cerebrales. Nada le impide saberse con la verdad, su verdad, sus principios. Lo que no entiende del todo es que su verdad es una verdad de su ficción. Que en la realidad del mundo de los mortales, esa “su verdad”, no funciona. O si funciona es sólo con aquellos que ambicionan su mismo trono. ¿Qué trono ambiciona el republicano fascista (en adelante el repucista)? El de la gloria, el del poder, el de saberse famoso sólo para conseguir sus propósitos. Hacer lo que le gusta al precio que sea, eliminando de su camino a aquellas moscas cojoneras que se posan en su costado.

A este ser diminuto (él se cree grande), de mirada triste, le he enviado por correo, todas las Navidades desde hace siete años, El Príncipe de Maquiavelo, no para que aprenda con él, sino que aprenda de él lo que no se debe hacer. Que su arte de la lidia sirve para el campo, para el coso, para los patronos y los caciques, pero que en este otro mundo donde no hay toros ni toreros no hace falta ir de faroles ni de órdagos. Los cuernos aquí no se llevan, vivimos en otra zona de España donde no se exporta el semen ni el machismo, sino la diplomacia y las negociaciones serias. El repucista no me conoce, así que creo que ni siquiera ha abierto el paquete que le he enviado, con cariño, durante estos últimos años. Y a mi me da tristeza porque le veo en la televisión y en los periódicos, le veo en el supermercado, le encuentro en haciendo cola en el cine y me parece un ser que no tiene a nadie que le entienda. Somos casi vecinos, por eso le conozco y coincidimos en lugares públicos, pero no me atrevo a presentarme ante él y darle el libro en la mano. Él, obviamente, no ha reparado en mí. Está demasiado preocupado de sí mismo.

Conociendo sus vicisitudes por amigos comunes creo que su orgullo y olor de macho cabrío me pegarían tal bofetada y me aplastarían contra cualquier muro que tengo por seguro que mi cuerpo saldría perdiendo con el encuentro; no mi alma. Mi alma se liberaría de este peso, de esa incomprensión de saber que existe alguien que utiliza sus armas de forma incorrecta para acaparar una riqueza robada gracias al arte de la venta. Y cuando le sale mal entonces el repucista enloquece y amenaza de forma despótica. Lanza su semen para cegar a su víctima y una vez ciega le hace tres verónicas para marearla y finalmente le clava la espada victorioso. No sabe que la sangre de su víctima mancha la bandera republicana de la que se enorgullece. O si lo sabe lo olvida cuando se le calienta la sangre. Esa sangre tinta el morado de su ideología de rojo. Y su aparente lucha por la igualdad, porque no haya reyes que vivan a costa de los demás, por la independencia... se convierte en un fascismo inaudito difícil de excusar. Aquel que es fascista por convencimiento tiene su alma en paz. Pero el que no lo es, el que reniega de ello pero en el fondo lo es, vive en una infelicidad tan grande y es tan dañino, que es mejor no considerar.

He oído decir que lo que en realidad le pasa es que es un neurótico, un esquizofrénico, un enfermo... Y también he oído decir que machaca a sus víctimas en el momento en que ellas menos se lo esperan y cada vez de forma más atroz. Que si tiene un problema con uno se lo recrimina al otro y viceversa. Y que él mismo repite y se repite que enloquece. No se si es verdad. No he tenido ocasión de hablar con el repucista, ni compartir con él tiempo para saber si eso es así. Cualquier cosa que me cuenten de él puede pecar de subjetivismo y prefiero siempre escuchar unas cuantas versiones y comprobar las cosas por mi cuenta para intentar ser lo más objetiva posible. Pero algo de eso debe haber cuando una gran mayoría así le ven.

El repucista se rodea de ingenuos por un lado, que creen en sus memeces y en sus engaños seminales, y de buitres a los que les gusta la sangre. Les gusta chupar y chupar y participar de orgías de poder, porque prácticamente no tienen principios. Se rigen por la ley del dinero, en todas sus versiones, por las leyes del déspota poderoso caballero... el mismo por el que los gobernantes americanos consienten en matar a los pobres inocentes. ¿Quién es el repucista? ¿O quién se cree que es? Para él, según sus conocidos, alguien es según se le conozca en los medios (los que mienten y están comprados e informan en mor del dinero que puedan sacar de todo ello). El repucista sale en fotos porque se deja fotografiar en eventos públicos al lado de pobres mujeres jóvenes que buscan la fama más que él. Entonces se cree alguien. Pero hasta esas fotos están pactadas y él tiene que dar algo a cambio por ellas. Este ser sin entrañas y sufridor chupa la sangre de todo el que puede y lo primero que analiza es su cuenta bancaria. Tanto tienes, tanto vales. Si no sales en las fotos pero tu cuenta bancaria es abundante o puede sacar algo de ti, entonces puedes entrar en el club de amigos del repucista; un elemento digno de estudio pues es un ser complejo y patológicamente enfermo que desgarra a todo aquel que no cumpla los requisitos de persona non grata para él. A los pobres también les ayuda y les promete el oro y la mirra porque ellos le devolverán los favores cuando lo necesiten. Cualquier persona, a primera vista, puede caer víctima de un ser así. Un ser sonriente y energético que vende su alma al diablo por un dolar y medio. Un dolar le parece poco, pero un dolar y medio ya es suficiente para que te traicione.

De este personaje público también me han contado que se prostituye con cualquiera. Que no es refinado ni exquisito en sus gustos. Que para algo rápido cualquiera le da igual. Una amiga suya, que no mía, me confesó, sin saber que yo estaba estudiando la figura del repucista, que éste no tenía ningún respeto por las mujeres. Ella estaba casada y él la llevó con promesas a su mundo de ficción. Y varias amigas suyas, casadas también, pasaron por sus manos, todas con la promesa de un mundo mejor. Llegados a un punto escabroso de uso y disfrute de las mujeres, por el derecho de ser hombre, este personaje dicen las obliga y las viola amenazándolas que si no le dan lo que quiere ellas acabarán muy mal. Porque gracias a él, según se cree, ellas tienen la oportunidad de estar, que no de ser, pues eso es inherente a su propia persona.

Otro caso de mujer afectada por ese hombre unicejo y machista encapuchado con una sonrisa de amiguita, fue la mujer que le denunció públicamente por falso testimonio, por abuso sexual, por violación y amenaza contra su propia vida. Este fue el único que trascendió a la prensa y motivo por el que él se retiró a sus palacio pagado con su sangre y la sangre de otras víctimas. Utilizó todas las estrategias posibles para salir victorioso de su falsedad y abuso y finalmente el juez dictaminó enfermedad mental del individuo. Muchas mujeres nos cuestionamos cuanto se le pagó al juez por dictaminar esa sentencia o de qué forma se le amenazó. En el mundo caciquil, borreguil y todavía dominado por los hombres en el que vivimos, es más fácil que uno que sale en las fotografías gane un juicio antes que una mujer violada. Se dice que esa mujer era una provocadora. Que su belleza y sus palabras le provocaban. La mujer estuvo a su lado al principio porque creyó en la parte de bueno que él tiene (igual que todo el mundo). El porcentaje de bondad y maldad de cada persona depende de muchos factores. Pero el repucista tenía mucha más malicia y nepotismo que bondad. Cuando mostraba su cara buena y lloraba, y pedía clemencia, y pedía amor para un solitario, y pedía compañía, ella le creyó. Más tarde la mujer que le denunció decidió abandonarle porque conoció la naturaleza corrupta y enferma de su alma. Pero él no pudo asumir esa batalla perdida y la violó cuantas veces pudo, la utilizó en cualquier esquina con falsas promesas. La metía mano en cualquier reunión con cualquier pretexto sin asumir que ella ya no le pertenecía, y que nunca jamás le perteneció. Ella, asqueada y dolida por su comportamiento, se alejó de él. Y cuando ella pedía con justicia como empleada que se le reconocieran sus derechos de trabajadora, él, al no poder tocarla ni utilizarla más, la vapuleaba lleno de rabia. Para él no era más que una mujer... Un prostituta más, como lo eran todas las mujeres del mundo menos su madre y sus hermanas. Por supuesto la reina y la princesa también lo eran pues él era republicano. La memoria de la República sin embargo estaba ensuciada con su apoyo, también dentro de los que la apoyaban empezaba a ser una persona non grata, y dentro del fascismo, un paleto sin agallas pretencioso. Así que nunca dejó de ser más que un don nadie que se vendía por un dolar y medio.

Cuando muchos años más tarde la mujer que le denunció murió, él no fue a su entierro. Él ya estaba muerto hacía tiempo. El único reconocimiento que tuvo el repucista el día de su muerte fue que uno de sus pocos sirvientes del momento le metió un dolar y medio en la boca. Y sus pocos allegados que quedaron vivos, los que con él jugaban al juego de El Padrino, en las fiestas y en las reuniones del tres al cuarto, se pegaron por ese maldito dolar y medio hasta destrozar la cara del difunto, de tal forma que ni en las fotos post mortem pudo reconocérsele.

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