Escucho tu voz. Dentro. Tus labios me hacen cosquillas en las paredes del estómago. La sonrisa de ese pequeño ser que vive conmigo y me susurra que no hay nada real. Que todo es susceptible de cambio porque no podemos controlar lo que sucede ni en el exterior ni el en interior de lo corpóreo, lo poco consistente que parece darnos cierta identidad. La voz tiembla después de experimentar ternura y erótica. Se convierte en espiral dentro de los nódulos, ahí duda; le cuesta salir. Te entiendo. Es de esas pocas veces que nos sentimos igual -los dos entes más importantes que compartimos esta materia. Me petrifica ese gesto, la mano de Gong Li en The Hand, de Wong Kar Wai. Ese movimiento poético y sutil de su mano blanca y temblorosa que estalla en nuestro pecho y asciende hasta la nariz y los ojos. Igual que un final de un buen libro. Casi igual. Me complace. Ya se que a ti también te complace. Está bien: nos complace. Hablaré en plural, como así lo prefieres. Ahora lloremos para deshacer la espiral que nos impide respirar, la que se agarra a la garganta por pura emoción del arte más elevado que la naturaleza e incluso el hombre pueden engendrar. Y después de compartir este desgarro emocional, separémonos, de nuevo. Es la mejor forma de habitar dentro de este cuerpo.
Eros (2004). Michenlangelo Antonioni (Il filo pericoloso delle cose), Steven Soderbergh (Equilibrium), Kar Wai Wong (The hand).
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