Las maletas recién cerradas. La inercia de un año sin sentido que no se si meter o no en la maleta. Aunque soy consciente de que el sobrepeso nunca ha sido nada bueno. Barajas. Heathrow. Narita. 15 horas de vuelo y un día de perros. Kilos, pasillos, ruedas, plástico, producción, pasajeros, controles… La noche anterior apenas dormí pensando en que hay cosas que se deben dejar porque no caben en la maleta. Me puse de mal humor. Aunque eso no es más que un síntoma de que lo que uno quiere verdaderamente es llegar. Algunos dicen que el viaje es lo importante, que durante el mismo suceden cosas que cambian la percepción del mundo, pero a veces el viaje físico no es más que un mal necesario para llegar al destino. Ese que llevaba muchos meses esperándome. La noche anterior se convirtió en una pesadilla de agenda mental: que llevo y que dejo, como conseguir menos peso y más espacio, como resolver lo que uno quiere hacer con lo que debe hacer. Analizo cosas tan sencillas como por qué a los que vuelan en clase turista solo les dejan llevar una maleta y a los demás hasta dos. Todo se resume en lo mismo: las clases. Siempre ha habido clases. Y no dejará de haberlas nunca. No importa el lugar donde uno viva o viaje. El dinero lo puede casi todo. El día de perros se convierte en noche tediosa, la que surge de manera improcedente durante el vuelo, viajando en el tiempo varias horas más tarde. Una parte del mundo moviéndose a un ritmo y mientras la otra duerme y viceversa, una disfrutando del calor y la otra helándose de frío. También el dinero podría con este conflicto temporal y espacial. Al vivir a otro ritmo me despego del otro, casi como si pudiera, y los mensajes que llegan de lejos dejan de tener la intensidad de la cercanía y la posibilidad. Tienen otro tipo de significado…
Diviso parte la isla que bombardearon los americanos en el 45 desde los B-29, Kashima y el Cabo Inumo, en el área de Tokio. Grandes espacios de plantaciones de alimentos coloridos: rojos, verdes, azules, morados. Sin duda una caricia para los ojos acostumbrada a la sequedad castellana o el verdor del norte de Europa. Unos cuantos campos de golf empequeñecidos por la distancia me dan la bienvenida y todo cuanto sucedía hace unas horas deja de tener sentido. No hay nada en el mundo que me importe más que disfrutar del momento, aunque muy pocas veces lo consiga. Y cuando eso sucede uno debe celebrarlo. Lo hago con una sonrisa y una sencilla sensación de haber llegado a casa, aunque no me entienda con la mayoría de la gente. Aquí disfruto del placer de la armonía y la humedad que tanto me gustan. Si acaso algún pequeño coletazo de tristeza ante lo que no cabía en la maleta… Cosas que ocupaban demasiado y no servían para mucho, pero nada que no pueda ser olvidado cuanto antes. La invasión de aquello que no merece la pena no debe ser tenido ni en cuenta, me digo. Y así aterrizo en la isla de mis antepasados. Con agotamiento, con cierta debilidad y con la buena sensación de que el viaje de verdad no ha hecho más que empezar, que todo lo anterior no ha sido más que un ensayo. La industria y la economía japonesas se destacan con fuerza desde ese cielo que llovió cantidad de bombas el siglo pasado. Las únicas consecuencias visuales que quedan de ello es que todo es demasiado nuevo. De Narita a Kamakura, al Shonan, uno de mis lugares preferidos… La playa de Katase, después de 20 horas entre coches y aviones, con más de cien surferos disfrutando del agua y del sol me recuerda que la vida es un sinfín de subidas y bajadas. Como las olas. Como el surf. Y ahora toca lo bueno. Un atardecer de regalo, una luz de ensueño y una bienvenida calurosa. Me arrepiento hasta de haber llevado maletas, aunque una sea la cámara. Podría haber llegado sin nada, casi desnuda, y empezar de cero. Podría hacerlo sin dudar ni un segundo. Habría sido, ciertamente, lo más sensato. Y lo es para todo aquel viajero que tenga apego al sobrepeso. Vaciar siempre es bueno. Y cada vez creo más que necesario. Si decido volver, lo haré sin maletas. Me han tenido esclavizada y eso no es nada bueno para la salud.
Diviso parte la isla que bombardearon los americanos en el 45 desde los B-29, Kashima y el Cabo Inumo, en el área de Tokio. Grandes espacios de plantaciones de alimentos coloridos: rojos, verdes, azules, morados. Sin duda una caricia para los ojos acostumbrada a la sequedad castellana o el verdor del norte de Europa. Unos cuantos campos de golf empequeñecidos por la distancia me dan la bienvenida y todo cuanto sucedía hace unas horas deja de tener sentido. No hay nada en el mundo que me importe más que disfrutar del momento, aunque muy pocas veces lo consiga. Y cuando eso sucede uno debe celebrarlo. Lo hago con una sonrisa y una sencilla sensación de haber llegado a casa, aunque no me entienda con la mayoría de la gente. Aquí disfruto del placer de la armonía y la humedad que tanto me gustan. Si acaso algún pequeño coletazo de tristeza ante lo que no cabía en la maleta… Cosas que ocupaban demasiado y no servían para mucho, pero nada que no pueda ser olvidado cuanto antes. La invasión de aquello que no merece la pena no debe ser tenido ni en cuenta, me digo. Y así aterrizo en la isla de mis antepasados. Con agotamiento, con cierta debilidad y con la buena sensación de que el viaje de verdad no ha hecho más que empezar, que todo lo anterior no ha sido más que un ensayo. La industria y la economía japonesas se destacan con fuerza desde ese cielo que llovió cantidad de bombas el siglo pasado. Las únicas consecuencias visuales que quedan de ello es que todo es demasiado nuevo. De Narita a Kamakura, al Shonan, uno de mis lugares preferidos… La playa de Katase, después de 20 horas entre coches y aviones, con más de cien surferos disfrutando del agua y del sol me recuerda que la vida es un sinfín de subidas y bajadas. Como las olas. Como el surf. Y ahora toca lo bueno. Un atardecer de regalo, una luz de ensueño y una bienvenida calurosa. Me arrepiento hasta de haber llevado maletas, aunque una sea la cámara. Podría haber llegado sin nada, casi desnuda, y empezar de cero. Podría hacerlo sin dudar ni un segundo. Habría sido, ciertamente, lo más sensato. Y lo es para todo aquel viajero que tenga apego al sobrepeso. Vaciar siempre es bueno. Y cada vez creo más que necesario. Si decido volver, lo haré sin maletas. Me han tenido esclavizada y eso no es nada bueno para la salud.
2 comentarios:
Y ahora me has dejado a mi con la duda de saber... que es lo que no cabía en tu maleta!! ;)
Palabra para la verificación:
cones
^_^
Algo que algunos lo llaman amor cuando quieren decir sexo... Mal llevado no veas si pesa. Besos de medianoche. Jaane. ;)
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