Abrazo a Basho sobre una piedra, mirando el río Sumidagawa y los barcos al pasar. El sol nos pega en la cara, radiante y coherente con un entorno idílico y la naturaleza escondida entre puentes, carreteras y grandes edificios. Tokio es nuevo o casi nuevo gracias o por desgracia de los americanos. Anoche lo hablaba con Kanako y con Yoshi y opinan lo mismo. Pocos reductos quedan que mantienen la estética del periodo Edo. Los dos, Basho y yo, miramos con sorpresa la megalópolis que se extiende más allá de nuestras miradas solitarias mientras pensamos en construir un hermoso haiku. Y para celebrarlo me voy sola a comer maguro moriawase sobre hojas de oba al gran restaurante típico japonés Sakana no Dojo. Basho sigue observando el río en la quietud que le caracteriza mientras yo tengo delante un luminoso con imágenes de barcos y pescadores de la época de Edo, época en la que vivió el poeta. El cocinero me sirve el sashimi y el ocha mientras yo fumo un extra light. Echo de menos a Basho entre el humo y el wasabi. Él bien podría acompañarme y contarme sus largos viajes. Sería, sin duda, una buena pupila y al tiempo le hablaría de otros viajes y otros mundos. Todo lo que hay dentro de una mirada inquieta es lo que da sentido a la vida. Y nuestras inquietudes, las de Basho y las mías, hace tiempo que se unieron.
2 comentarios:
Pero, bueno, con lo apretados unos contra otros que siempre nos han dicho que vivían los japoneses, ¿y ahora resulta que tienen playas, ríos y hasta sitio para danzar? Pues este no es el Japón que me habían contado. A lo mejor resulta que desde que tú estás allí aquello ha mejorado...
Me alegro mucho de saber de ti en la distancia.
Besos. Leandro.
Posdata: cuando mi blog sea mayor, quiere ser como el tuyo.
El tuyo está muy bien. A mí me gusta mucho y cuentas cosas muy interesantes. Es verdad que con la concentración de las oposiciones tus textos se han acortado... Pero me gusta leerte. Y no te hagas mayor, nunca. Mil besos a más de 12.000 km. Pondré fotos del Tokio que quieres. ;)
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