Querido: El Museo de Kafka en Praga es de un oscuro casi obsceno. Tu sufrimiento y complejos ante la figura de un padre castrador quedan patente en tu obra, pero ¿por qué tu oscuridad, tus ojos de zorro apaleado y la huella de la humedad de Praga se mascan en los rincones de la casa en la que viviste con su familia? ¿Por qué paredes, textos en alemán y en checo, mujeres, amigos y familiares del gran Kafka, o del referente Kafka, quedan empequeñecidos y oxidados entre tanto cristal, metal, agua y oscuridad? ¿Por qué no crear un ambiente más cálido para el placer del viajero, tocar los tejidos que te dieron calor, ver las plumas de colores que llevaron tus amantes en sus sombreros, reescribir sobre tus cuadernillos con tinta hirviendo, y saludar al autor tocándole con la calidez de la piel y el entusiasmo del pupilo contemplando al maestro? ¿Quién quiso que permanecieras entre enormes cajones de escritorio helados, lacados de negro y plata, bajo un aspecto lamentable y pendenciero de sufrimiento que no han dejado de retratar en documentales y películas de ficción sobre "el hombre metamorfoseado" consecuencia de lo único que entendían en tus textos, el tormento? Quizás otros no lo vean de la misma manera, quizá ese día que traspasaron el umbral hacía calor fuera de Museo y al entrar el golpe no supusiera más que un alivio, pero para mí, en parte admiradora, seguidora y amante a ratos de tus ojos de zorro empequeñecido por la sombra de todo lo que se avecinaba, para mí, digo, supuso un terrible trauma: la sensación de que, a veces, por mucho que aportes a la humanidad, es mejor que te dejen morir tranquilo, que no utilicen ni tu imagen ni tu pensamiento para conseguir una lectura errónea y usarla como si tú, vivo, estuvieras hablando. Tú convertido en un reclamo publicitario, un reclamo para hacer dinero, para mantener viva una imagen irreal de lo que realmente percibiste, para que tus detalles más intimos, desconocidos, se justifiquen en el trabajo de personas que jamás te conocieron, y a las que un señor puesto casi a dedo por una gran mayoría iletrada, pidió para justificar su trabajo te hicieran un retrato robot y un homenaje para tu permanencia. ¿Es eso lo que realmente querías? No hay nada más eterno que el calor del sol que nos hermana, ese que hace crecer aquello que nos alarga la vida, y que devoramos sin ser conscientes. Y tu sol son tus ojos, ahí dentro una llama resplandece para avisarnos de toda la basura que existe y que jamás dejará de existir, puesto que de la basura venimos y en basura nos convertiremos si por ella entendemos polvo y restos de materia en plena transformación. Y tú, sol y polvo, y tú, zorro y amante acomplejado, y tú caminante por las maravillosas calles de la Praga de principio del siglo XX, te has transformado en un Museo oscuro para que los turistas que han leído tres cosas sobre tí vayan a verte convertido en frío y miedo, en tristeza y llanto. Yo, querido, deseo más bien tu calor. Acercarme al hombre que pensó y no al pensamiento del hombre que mataron. Porque dando calor al hombre es más fácil rozar su pensamiento. ¿O no?
2 comentarios:
preciosa fotografía
Hay un libro precioso que seguramente conozcas escrito por aquellos que conocieron a K. personalmente y que o bien cruzaron unas palabras con él, unas horas a lo sumo, o bien compartieron parte de su vida como Max Brod o su última compañera. Es de Hans-Gerd Koch, Cuando Kafka vino hacia mí. La sensación más clara al término de mi lectura fue la de comprobar que la mayoría de los que hablan de K. lo hacen como si fuera una persona cercana, cariñosa, fiel, responsable y muy juicioso, interesado por su realidad más inmediata... En fin.
Besos, Alfonso.
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