Tomé un café en un garito alternativo con Felipe. El lugar estaba plagado de funcionarios. Me comentaba -bajando tanto la voz que me resultaba difícil comprenderle con nitidez- que estaba ofendido porque la vecina de enfrente le había tirado unos huevos en la puerta de casa. Se arrepentía del día que llegó con un informe rápido y sacando las cifras al vuelo y me lo había dado en la mano:
- Publícalo en tu blog, se lo he pasado a varios medios de comunicación y todos lo han rechazado.
- Por supuesto, es un informe breve, malo y poco contrastado.
Eso había sucedido tiempo atrás. Pero ahora pagaba las consecuencias. Su vecina, funcionaria de pro donde las haya, le había bombardeado con huevos podridos y había escrito con boli, como si la madera pudiera estropearse con tinta azul, la siguiente frase demoledora:
-Reaccionario de mierda. Empresario patético. Que sepas que si no hubiera funcionarios no habría consumo, ahora que está todo el pescao vendido. ¿Ibas tú a sustentar el país?
Felipe seguía susurrando entre sorbos de café, tras sus gafas ahumadas, para no ser reconocido -y eso que era un donadie-. Seguía convencido de lo que decía, pese a lo ¿bien? que funcionaba el sistema administrativo de los franceses o los americanos, pero en su país no le convencía el uso y el abuso de unos ejemplares únicos. Claro que puestos a analizar:
- ¿De quien era la culpa?
Su amigo Leandro justificaba la necesidad del funcionariado, en la educación, la sanidad... Of course, of course, repetía Felipe con su acento de inglés de barrio bajo. A mi no me importa que haya lo que tiene que haber, pero de calidad ¿eh? Y sino miren y vean el panorama del españolito. La queja incipiente y rastrera de "la culpa siempre es del otro" y esto no funciona "porque aquí el que no roba, vuela", etc. etc. Felipe seguía relatandome un discurso cadudo y aburrido. Yo, con cierto estímulo escondido bajo la solapa de mi gabardina, sonreía cínicamente pensando en los huevos podridos, la frase de la vecina, y sobre todo el careto asimétrico de Felipe viendose acosado por funcionarios enaltecidos y orgullosos de su especie. Qué bonita y sencilla es la vida.
Los funcionarios, en su hora del aperitivo, tomaban una cerveza rápida, la mayoría sin, y salían pitando a sus puestos de trabajo. Se acabaron las quejas en este sector. "Da gracias a que tienes un trabajo, no importa si estampas sellos en cuartillas con membrete oficial o si sabes que todos tus jefes son corruptos... Suceda lo que suceda te callas". Felipe les miraba atravesado.
- ¿Por qué, con lo grande -relativamente- que es esta ciudad hemos tenido que venir aquí, si está lleno de tipos que me quieren cortar las orejas por mis opiniones?
Le respondo amablemente que se termine el café que sino se le enfría.
-No te preocupes, Felipe. Los bares están llenos de jóvenes que viven en casa de sus padres y de funcionarios que tienen sueldos a final de mes. No es que yo te haya traído, es que no hay mucho más por esto lares. Los tipos como tú, empresarios de clase media, ya no tienen ni para sonarse los mocos porque el balance de gastos e ingresos no existe, porque la administración y los clientes no pagan, porque los que roban y vivían en esta jungla están todos en el punto de mira -menos mal, y lo que queda- y porque aquí es mejor tirar balones fuera que aceptar que se es incapaz de meter un solo gol. La elegancia, la disciplina y el savoir faire distan mucho de lo eres y lo que te rodea, Felipe.
Se levantó tras su último sorbo de un café ya frío y con posos amargos. Se alzó las gafas y me miró sin parpadear, paladeando cada tonillo odioso de su entonación de hombre mediocre:
- Que sepas que respeto todo lo que dices. En parte lo comprendo, aunque no lo acepte. Pero que lo que peor llevo de todo es saber que el único amigo que tengo -dicho sea de paso- seas tú: un simple funcionario.
Le corregí sus palabras:
-Sencillo. Un funcionario sencillo. Humilde, si cabe.
Pagué la cuenta y me fui. Ahí dejé a Felipe, de pie, mirando al infinito, pensando en la crueldad de las oposiciones, los libros, las letras, los exámenes, la competición, el club de soldados grises de pelo rasurado, las paredes, el papel convertido en dinero. Lucio. Lucio. Planchas para hacer dinero. ¡Qué perdido estaba! Aquel verano del 89, mientras Felipe movía sus caderas ajustándose al movimiento de las extranjeras en las playas del sur, yo me mordía las uñas empollándome el sistema de la administración del estado español. Y confieso: no fue nada agradable.
3 comentarios:
Hola saeta, Es Leandro, eres tú, (el fautor)? Me encanta esa manera de contar que va de la crónica, al relato fantástico y de ahí al ensayo y va generando esa ambiguedad que obliga la atención del lector. Muy grato en verdad ese juego de la enunciación y la economía verbal para crear ambientes, ahí se te sale el cineísta que eres también. TQM
el sufrimiento del otro casi nunca lo es
un beso sin café, twiggy
s
Leandro está, y yo cuento según las circunstancias que me rodean. Nunca suelen ser las que uno busca, pero están ahí. El otro sufre, claro, pero todavía nos cuesta ponernos en su lugar, pese a las circunstancias. Pongamos por ejemplo la simpleza de la economía, que no es tal... Se quejan los que pierden; son los mismos que tienen. Me tomo un café a su salud, porque la mía está tocada. Pero a los barcos... Gano. Besos de largo recorrido. ;)
Publicar un comentario