¿Y tú de qué hora eres?
Unas semanas arropada por escritores de toda índole. Unas semanas en las que una se da cuenta de que en cualquier casa ponen la televisión más alto de lo debido y que la pose se da hasta en la hora de levantar el culo para tirarse un pedo. No importa. En el fondo todos somos la misma mierda. Pero ya se sabe que la mierda tiene días, colores, texturas, olores (lo de sabores no lo practico, de momento) y formas, miles de formas... Así no es lo mismo poner el micrófono a Enrique Vila-Matas para entrevistarle y quererle, como siempre, que quitárselo a Ferrér Lerín para tomarnos algo juntos sentados en un urinario. No es lo mismo escuchar a Félix de Azúa, un gran placer, que a Javier Calvo, ni mucho menos besarles antes o después del acto. Por supuesto, como todos comprenderán no es lo mismo tener sentado a unos metros a Hernán Migoya, un terrorista en potencia que decidió dedicarse a la creación, como yo, para no volverse loco, que a Care Santos, que sin quererlo y con espíritu maternal ejerce otro tipo de terrorismo, uno más permisivo, digamos, pero igual de violento... Tampoco es lo mismo hablar con Andrés Sorel, que es siempre una orgía enciclopédica, que hablar con Gamoneda, que es paisano como Migoya y un gran pastillero. Así que por favor, no se metan con los jóvenes... simplemente enséñenles para qué sirven las drogas (que como se ve muchas personas son dependientes y adictas a ellas y sin ellas no tendríamos a ilustres relevantes que saben expresar con el lenguaje algo más que diarrea verbal). Y hablando de tiburones de las letras, a Mario Muchnik le gustan jovencitas, como a casi todos los heterosexuales de su edad, y no tiene escrúpulos entre rubias o morenas, pero como abuelo que es tiene no una sino mil anécdotas que contar, de esas que bien se pueden escribir en formato "hola" de la literatura de nuestro tiempo. Se me olvidaba mencionar que no es lo mismo Mario Muchnik que Fernando Iwasaki, por muy cerca que los tengas. Iwasaki es mi primo (ambos somos sobrinos de Tanizaki) y como las familias siempre tiran para ellas y suelen poner el mismo volumen en la televisión familiar, pues para eso se han criado juntos, me gusta tenerle cerca. Hay confianza sanguínea y un tono de calor. De Mario poco más percibo; le gusta pavonearse. Con su edad y su currículum quizás yo también lo haría. Como mujer me gusta la actitud y la laboriosidad, casi japonesa, como la de Iwazaki y la mía, de Inma Turbau, intesante mujer (no entro a valorar aquí la calidad literaria de ninguno... eso me llevaría mucho más que una breve pincelada, esto es una simple mierda-mirada de cámara objetiva-subjetiva). Tampoco es lo mismo Jordi Doce que Juan Carlos Mestre, hay una alusión vital discreta entre ellos, y hay, sobre todo, por parte de Mestre una seducción en el deje que no tiene Jordi. He convivido con muchos otros... mi cámara les ha taladrado hablando sobre literatura, les ha taladrado el alma y ellos no se han dado ni cuenta (cuando uno ralentiza o acelera una imágen, un texto, una frase... tiene más puntos de vista de ese busto parlante que aparece en la pantalla): Alberto Olmos (otro al que le tira Japón lo suyo); Javier Argüello (tímido y discreto como su maestro); Marta Agudo (un manojo de nervios divertidos); Mercedes Abad (trabajadora, seguro); Luisa Castro (una exquisita defensora de la soledad enamorada); Belén Gopegui (despistada entre el canto del atardecer); Vargas-Llosa (poseído por un dandismo europeo); Esther Zarraluki (elegante en el habla, quizás la madre que me hubiera gustado tener, claro, si yo fuera un poco más joven o ella un poco más mayor); Eduardo Muga (agradabe y espeso, como el aroma del café que toman los poetas); Rafa Reig (como mi tío pero en versión cachonda, no le puedo mirar mucho rato seguido porque me da una mezcla de ternura y risa); Juan Madrid (un mujeriego pasado de moda, de la familia de los pavos, pero sin tanta pose como Vargas-Llosa, tiene la boca tan sucia como el culo y por eso me agrada, la gente finge tener la boca limpia y no enseñar el culo, lo suyo es ir de cara sin esconder la mierda... muy digno y sobresaliente en este mundo falso y narcisista en el que nos movemos); Félix Grande (un abducido por el flamenco y el amor y la poesía y la sed de vida); Aparicio-Belmonte (si hubiera vivido en el siglo doce sería un gran copista, pues tiene algo de cura solidario); Xabi Azpeitia, sensato, igual que Manuel Fernández-Cuesta, (lindos, es casi lo mismo hablar con uno que con el otro, pues los dos son editores y es como si hubieran aprendido en la misma escuela). Hay otros que he olvidado, unos sin querer, otros queriendo, qué más da, esto es solo un ejemplo de lo que se mueve entre las letras, de un pequeño grupo de insensatos que se dedican a algo que no da dinero, pero que les hace mantener el tipo en forma. El ejercicio de la defecación, que yo también practico casi a diario... para cagarme en las dichosas normas. Ya se sabe que todos, yo incluida, vosotros también, tarde o temprano, tenemos que explulsar la mierda (el dónde es casi lo de menos). Pero como bien dice Féliz de Azua: lo importante es saber de qué hora eres.
Unas semanas arropada por escritores de toda índole. Unas semanas en las que una se da cuenta de que en cualquier casa ponen la televisión más alto de lo debido y que la pose se da hasta en la hora de levantar el culo para tirarse un pedo. No importa. En el fondo todos somos la misma mierda. Pero ya se sabe que la mierda tiene días, colores, texturas, olores (lo de sabores no lo practico, de momento) y formas, miles de formas... Así no es lo mismo poner el micrófono a Enrique Vila-Matas para entrevistarle y quererle, como siempre, que quitárselo a Ferrér Lerín para tomarnos algo juntos sentados en un urinario. No es lo mismo escuchar a Félix de Azúa, un gran placer, que a Javier Calvo, ni mucho menos besarles antes o después del acto. Por supuesto, como todos comprenderán no es lo mismo tener sentado a unos metros a Hernán Migoya, un terrorista en potencia que decidió dedicarse a la creación, como yo, para no volverse loco, que a Care Santos, que sin quererlo y con espíritu maternal ejerce otro tipo de terrorismo, uno más permisivo, digamos, pero igual de violento... Tampoco es lo mismo hablar con Andrés Sorel, que es siempre una orgía enciclopédica, que hablar con Gamoneda, que es paisano como Migoya y un gran pastillero. Así que por favor, no se metan con los jóvenes... simplemente enséñenles para qué sirven las drogas (que como se ve muchas personas son dependientes y adictas a ellas y sin ellas no tendríamos a ilustres relevantes que saben expresar con el lenguaje algo más que diarrea verbal). Y hablando de tiburones de las letras, a Mario Muchnik le gustan jovencitas, como a casi todos los heterosexuales de su edad, y no tiene escrúpulos entre rubias o morenas, pero como abuelo que es tiene no una sino mil anécdotas que contar, de esas que bien se pueden escribir en formato "hola" de la literatura de nuestro tiempo. Se me olvidaba mencionar que no es lo mismo Mario Muchnik que Fernando Iwasaki, por muy cerca que los tengas. Iwasaki es mi primo (ambos somos sobrinos de Tanizaki) y como las familias siempre tiran para ellas y suelen poner el mismo volumen en la televisión familiar, pues para eso se han criado juntos, me gusta tenerle cerca. Hay confianza sanguínea y un tono de calor. De Mario poco más percibo; le gusta pavonearse. Con su edad y su currículum quizás yo también lo haría. Como mujer me gusta la actitud y la laboriosidad, casi japonesa, como la de Iwazaki y la mía, de Inma Turbau, intesante mujer (no entro a valorar aquí la calidad literaria de ninguno... eso me llevaría mucho más que una breve pincelada, esto es una simple mierda-mirada de cámara objetiva-subjetiva). Tampoco es lo mismo Jordi Doce que Juan Carlos Mestre, hay una alusión vital discreta entre ellos, y hay, sobre todo, por parte de Mestre una seducción en el deje que no tiene Jordi. He convivido con muchos otros... mi cámara les ha taladrado hablando sobre literatura, les ha taladrado el alma y ellos no se han dado ni cuenta (cuando uno ralentiza o acelera una imágen, un texto, una frase... tiene más puntos de vista de ese busto parlante que aparece en la pantalla): Alberto Olmos (otro al que le tira Japón lo suyo); Javier Argüello (tímido y discreto como su maestro); Marta Agudo (un manojo de nervios divertidos); Mercedes Abad (trabajadora, seguro); Luisa Castro (una exquisita defensora de la soledad enamorada); Belén Gopegui (despistada entre el canto del atardecer); Vargas-Llosa (poseído por un dandismo europeo); Esther Zarraluki (elegante en el habla, quizás la madre que me hubiera gustado tener, claro, si yo fuera un poco más joven o ella un poco más mayor); Eduardo Muga (agradabe y espeso, como el aroma del café que toman los poetas); Rafa Reig (como mi tío pero en versión cachonda, no le puedo mirar mucho rato seguido porque me da una mezcla de ternura y risa); Juan Madrid (un mujeriego pasado de moda, de la familia de los pavos, pero sin tanta pose como Vargas-Llosa, tiene la boca tan sucia como el culo y por eso me agrada, la gente finge tener la boca limpia y no enseñar el culo, lo suyo es ir de cara sin esconder la mierda... muy digno y sobresaliente en este mundo falso y narcisista en el que nos movemos); Félix Grande (un abducido por el flamenco y el amor y la poesía y la sed de vida); Aparicio-Belmonte (si hubiera vivido en el siglo doce sería un gran copista, pues tiene algo de cura solidario); Xabi Azpeitia, sensato, igual que Manuel Fernández-Cuesta, (lindos, es casi lo mismo hablar con uno que con el otro, pues los dos son editores y es como si hubieran aprendido en la misma escuela). Hay otros que he olvidado, unos sin querer, otros queriendo, qué más da, esto es solo un ejemplo de lo que se mueve entre las letras, de un pequeño grupo de insensatos que se dedican a algo que no da dinero, pero que les hace mantener el tipo en forma. El ejercicio de la defecación, que yo también practico casi a diario... para cagarme en las dichosas normas. Ya se sabe que todos, yo incluida, vosotros también, tarde o temprano, tenemos que explulsar la mierda (el dónde es casi lo de menos). Pero como bien dice Féliz de Azua: lo importante es saber de qué hora eres.
4 comentarios:
Yo estuve allí y no vi lo mismo que tú. Oye, además, ¡te olviaste de mí! No, si donde hay confianza da asco...
No estoy de acuerdo, amiga Twiggy, con tu apología de las drogas como caudal de creación. Lo único que he visto generar a las sustancias adictivas es desgracia y muerte, y en abundancia. Para escribir un relato o componer una canción o pintar un cuadro no es necesario estar colocado. Pero si lo que quieres es convertirte en un cadáver andante, entonces ese sí es un buen camino, sin duda.
Mateo, imagino que no viste lo mismo porque tu referente no era el objetivo de la cámara, sino otro punto de vista, y algo más consustancial... otra percepción del mundo diferente. De tí no me olvidé, simplemente no puedo ser tan objetiva-subjetiva ante una primera impresión... pues hace tiempo que olvidé esa primera impresión que tuve al conocerte. Tú solo mereces una reseña... ;P
Y Leandro... No pido fomentar el uso y abuso de las drogas, nada más lejos, simplemente estaba haciendo un juego de espejos con las drogas legales y las ilegales... son la misma mierda, por cierto. Reclamo que los jóvenes que se droguen lo hagan sabiendo lo que se meten, como mínimo para no tener demasiados efectos secundarios. Que lo hagan con conocimiento y que los vendedores incluyan el prospecto: 32% de pureza, 20% de talco, 13% de henna, etc. etc. como pasa con las drogas legales. Insisto, las drogas no sirven para mucho, aunque a algunos les salve la vida y a otros se la quite... como un trozo de champiñón o cualquier otra menudencia con la que nos topamos a diario. ¿Y quién te ha dicho que yo quiero convertirme en un cadáver andante? Pero Leandro... qué percepción tienes sobre mí. ;) Las drogas cada día me resultan menos gratificantes: las legales nunca me lo parecieron, las ilegales ya me aburren.
No me esperaba menos, una reseña... VALE, acepto reseña. Aunque prefiero un libro, ese libro en el que aparezcan todos nuestros secretos de alcoba, aunque sin entrar en detalles tipo X, Y, Z, no sé, ya sabes.
Desde Kafka con amor,
Yo.
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