Dicen que en Cali, a finales del siglo XX, un performer francés se amputó un dedo con un hacha, en un evento público, para pedir la liberación de Ingrid Betancourt. Dicen, los que lo vieron, que ahora ese dedo permanece en el lugar donde realizó el show, el Museo Contemporáneo de Cali, sumergido en formol. Y dicen, los que olieron la sangre caliente que manaba de su herida, que el hombre quería llamar la atención de los medios para rivalizar con un semejante, también francés, que se había quedado con todos por arrancarse su propia polla a mordiscos, ante un enjambre de ovejas y de mediocres, que creían que aquello era arte. Dicen, del tipo con complejo de yakuza, que al terminar el espectáculo se desmayó delante de los jóvenes colombianos asistentes al acto, perplejos, con los ojos como platos ante lo que vivían -aunque se sabe acostumbrados a la violencia-, y que no se recuerda ni su nombre, ni su cara, ni el día de su nacimiento. Dicen que Ingrid Betacourd no es más que otra, con nombre y presencia, de los miles y millones de secuestrados en el mundo. Su queja no sirvió para nada, ni tan siquiera para llamar la atención al otro lado del Atlántico. Dicen que en París, la cuna del arte contemporáneo, los trozos del pene auto fagocitado por un reconocido artista carnicero, se han convertido en monumento nacional.
1 comentario:
Hola Twiggy mía, cuánto me alegran tus palabras, tienes el poder de suscitarme, No dejes de escribir que lo haces como las diosas. tus epífanos son geniales, me placen en su diversidad,
recuerdas el arco iris.
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