INMIGRACIÓN ILEGAL DE LAS ALMAS
Esa niña ecuatoriana que vende música pirata enfrente del Palacio de Botines durante las fiestas de San Froilán no sabe nada sobre derechos de autor pero bastante de la vida. Me la encontré cierta noche arrodillada sobre una manta y casi no pude hablar con ella, pero la observé largo rato. Su sonrisa precolombina, su don de gentes, los rasgos mestizos impregnados como de humildad, ese encanto verbal que desprenden los buenos vendedores...
Entonces creí ver escritos en sus manos siglos de colonización, y una historia sobre incesto, café y fuego. Oh, gente que huyó con lo puesto, sin pasaporte, sin carné de identidad, casi sin identidad. En ese momento supuse que nadie en su país podría demostrar documentalmente que aquella niña aún no esté allí, y desde luego no hay nadie en este otro quien desee confirmar que aquí sí está; por eso ningún papel oficial puede constatar su presencia ni su existencia.
Y teniendo en cuenta que para el Estado quien no tiene papeles no existe, creí encontrarme pues no ante una persona, sino delante de un fantasma. Y no me extrañó, pues esta lenta ciudad, ya saben, está llena de apariciones que portan mensajes propicios para el desensimismamiento.
Recordé por asociación que yo tuve abuelos paternos que jamás lograron ganar una batalla; abuelos que también viajaron orientados por la brújula del hambre, y me dio por pensar por eso que, como en la realidad de la ficción la reencarnación es un hecho, tal vez esa niña envejecida por la necesidad era mi abuela.
Si, igual que quien posa flores sobre el panteón familiar, esa noche compré un CD ilegal de Víctor Jara.
Luis Artigue. Capítulo de Las perlas del Loco Ventura. Edaf. Voz y Tiempo. 2007
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