Hace semanas que se vaticinaba la muerte de los blogs, que digo semanas, meses. Los que llegaron no hace mucho al mundo blog (y cuando se habla de mucho uno se refiere a trimestres o semestres, nunca más de un año) siguen utilizándolo como medio de expresión, o como herramienta de trabajo y/o propaganda política, pero ya queda poca autenticidad en los blogs. Nos cansamos de todo: la rápida fluidez de la información, la desidia generacional, lo que sugiere Tao Lin, el escritor de 24 años que decide subastar en eBay los derechos de su primera novela, en su twitter: "Siento que solo quiero transmitir 'no lo sé' y 'no tengo nada que decirte'. Facebook, twitter y flirck han sustituido entre los menores de 45 o lo mayores de esa edad que quieren llegar a ese público, a los ya aparatosos blogs, que obligan a dedicarles el tiempo necesario para analizar algo con cierta profundidad. Pero ¿acaso nos importa la profundidad de las cosas? Curiosamente aparte de lo que ocurre en el ciberespacio, que no es poco, aunque poco profundo, el espacio real en el que cohabitamos, del que respiramos oxígeno y bebemos agua, necesarios para la permanencia, nos alarma de su razón de ser. 'Estoy vivo', dice. Soy más importante que cualquiera de las pequeñeces que tratáis en vuestro mundo: petróleo, economía, tecnología. Una vida no vale nada, vale un segundo, dos minutos, un parpadeo de elefante. ¡Qué más da! Entonces nos damos cuenta de que la información no existe, que todo está cortado y medido por raseros humanos, subjetivos, y que la realidad fragmentada que nos llega no significa nada más que 'no lo sé' y 'no tengo nada que decirte'. Un tsunami de olas de 10 metros de longitud, consecuencia de un maremoto provocado por un terremoto, un simple movimiento de tierra, que cansada de su postura decide mover un poco el esqueleto. Ha sido Japón, aunque podía haber sido otro lugar candidato como Chile, Alaska o Sumatra. Claro que Japón está en los top five, ¡cómo no iba a estarlo! La isla no es más que la hija de esa falla, su consecuencia natural. El vaticinio de la muerte de los blogs y el cambio del IPv4 al IPv6 porque ya no queda más espacio cibernético suena a paralelismo mediático con la muerte de parte de la humanidad porque ya no hay más recursos para mantenerla. Oh, sí, llegaremos a 7.000 millones (o no). Se habla de guerras constantemente (nunca ha dejado de haber guerras: ni entre familias, ni vecinos, ni pueblos...) como medida preventiva para conseguir territorios, marcar autoridad, y por supuesto, para hacer negocio. Vender armas es tan lícito como vender carbón, diamantes, petróleo, uranio, oro... Y tantas cosas más, como vender el alma al diablo. Aparentemente el coste de las víctimas que surgen de estos negocios de minerales no supera el coste de los beneficios que generan, así que la balanza siempre sale en positivo. Ahora bien: un terremoto como el de Japón libera 60 veces más energía que la bomba que lanzaron los americanos en Hiroshima, en 1945. Así que un desastre natural consigue en unos minutos que la balanza de las víctimas se traduzca en números negativos. Obviamente un desastre natural de estas características, con la amenaza en el aire de las fugas de la central nuclear de Fukushima, crea y creará tantas víctimas que hasta dentro de años no se sabrá la cifra real, con un margen mínimo de error. Mi pregunta es: siendo esto así, como todos vemos a través de los medios de información y propaganda, según el país desde el que se mire y el negociado económico que haya con el país tocado y hundido, ¿para qué se necesitan guerras? ¿para qué se necesitan crear armas de destrucción masiva? ¿para qué protegerse del prójimo cuando es la ira de la madre naturaleza lo que hay que contener con cariño? No hay enemigo humano que se precie pues las vidas de todos, absolutamente de todos, tienen el mismo valor, y ese valor es el que nosotros, todos, consigamos que tenga. Hacer guerras a medida para vender armas (caso de Libia y muchos otros países a lo largo de la historia de la humanidad); dejar que mueran los pobres, los rebeldes, los insumisos y aquellos que no decoran con la imagen de su persona los medios que todo lo devoran y que la mayoría de las veces 'no tienen nada que decirnos', debería de ser un delito tipificado por la ley. Aunar nuestras fuerzas para solventar las catástrofes naturales, prevenirlas y ser efectivamente humanitarios es lo que deberían enseñarnos en las escuelas, los colegios y las universidades del mundo. Pero en algunos países no nos enseñan eso. La hipocresía de la realpolitik y la weltpolitik se ve ensombrecida como base práctica por sucesos inabarcables. Por supuesto que algunos pensarán que tienen que ver las churras con las merinas: pues señores 'no lo se', 'no tengo nada que decirles', creo que ya he dicho suficiente. Nada permanece, todo sucede a la velocidad del vértigo y Maquiavelo, oh señor de las penumbras, ha conseguido iluminar a los señores de las fotos que poco más saben de la política, de la vida y de la historia (por mucho que hayan leído, pues todavía no entienden que la realidad está tan fragmentada, que cualquier parecido con el 'tsunami nuclear' en Japón no es mera coincidencia, es simplemente una consecuencia natural).
No hay comentarios:
Publicar un comentario