domingo, 14 de noviembre de 2010

MAVERICK 88

A lo lejos, en diagonal, el campanario. El último repiqueteo de una campana oxidada por el viento húmedo de invierno. Delante, la fachada de una casa moribunda de piedra vista con las ventanas rotas. Veo su boca humeante asomándose, inquieta, esperando algún gesto por mi parte. ¡Qué voy a mover en este estado! Cuando volví con el estigma de gallego traté de cambiar el rumbo de este mísero rincón protegido por los caciques que desterraron a mi padre, implementar un nuevo sistema educativo para sus hijos, para que no repitieran la historia, y alentar a las amas de casa para conseguir independencia. Advierto que lo hice lo mejor que supe y tan solo fracasé el día que el tatuaje de herradura que llevo en el pecho, -el mismo que llevaba mi padre-, asomó por el vecindario. El miedo es muy puto, todos los sabemos. Ese miedo que despertó la ira de los protectores, su futuro incierto y quebradizo, sus semillas devastadas por el huracán del pasado, ya enterrado, pero que asoma dos dedos en señal de victoria o, según desde el ángulo que se miren, de chinga a tu madre, pendejo, que metiste el ocicote sucio en mi mole. Y aquí estoy yo. Conservando la herradura, símbolo del mezcal que me dio la fuerza para escupir a esos hijos malparidos, orgullo de un padre campesino y laborioso. Detrás de la boca caliente de la Maverick 88, la que ha vomitado el metal que ha destrozado mi entereza, aparece el hombre más temido de toda la comarca, el Tuerto. Se acerca, torcido, y según crece se esconde, tras él, el campanario de esa iglesia que casó a sus padres y bautizó a sus hijos. Le siguen dos lacayos de poca monta, conocidos como los violadores de las prostitutas, armados con escasa munición, para justificar los tiempos de crisis y saludar en la tasca a regidores y síndicos sin un ápice de  remordimiento. Paran en la frontera que ha dejado el charco de mi sangre. Tumbado de costado, tal y como me encuentro, no pestañeo, no lo he hecho nunca, pero ahora, aunque desearía guiñarles un ojo y reírme de ellos en su cara, no puedo. 
- Este hijo de la gran chingada, sigue sonriendo -escucho decir al Tuerto.
Su querida escopeta, acariciada por su mano áspera, se mueve con ganas de un revolcón después de un primer beso que me ha llegado profundo y ha removido todos mis cimientos. Más que él, parece ser que yo la excito.
- El muy chingón ateo ha muerto frente a la iglesia.
El Tuerto extiende su deseada belleza de metal negro hacia mi sonrisa. Quiere besarme de nuevo. Él la contiene aunque detesta mi sonrisa, más si cabe que yo a él. Lástima que no esté en igualdad de condiciones y pueda volarle el ojo que todo lo ve, esa mirada descarriada y falsa, que tantas familias ha destrozado.
- No merece la pena gastar más balas. Este cadáver se pudrirá aquí en medio de la plaza,  a los ojos de todos los vecinos. El miedo les ayudará a vivir.
- Jefe, esto es mejor que las campañas del periódico local de su padre.
- Claro -dice el Tuerto- porque esto es real, y el miedo real es imborrable. El terror que hace efecto día y noche. El otro miedo, el inculcado para conseguir las voluntades de los ignorantes, no infunde terror, sólo desánimo.
- Pinche Tuerto, tú tenías que ser presidente municipal.
- Y ahora, que este chingón miserable muere, lo seré.
Mientras la mueca irreverente del labio del Tuerto, por el que ha manado el sonido del desprecio de la especie, se apaga, el sol reseca mi sangre sobre el pavimento de tierra. No hay dinero para asfaltar la calles, sí hay dinero para armas, caballos de pura sangre y bacanales lujuriosas de putas baratas. Escucho sus pasos de espuelas de tercera alejándose, cada vez más lejos, fundiéndose con el sonido de los cuervos que me observan. Las ventanas y puertas de las casas aledañas están cerradas. El México fronterizo despide un olor de hamburguesas texanas con burritos de pollo. Mis ojos abiertos empiezan a ver borroso; el sol desaparece entre las nubes y la lluvia  lava mi sangre. El viento húmedo seca mis heridas. El huracán, el torbellino, la rabia. La vida continúa. Solo tengo que elegir el nombre del paraíso en el que espero no encontrarme con ningún indeseable.

1 comentario:

rodrigo dijo...

muy buena hermano cuidate del beso dela maverick 88