jueves, 3 de junio de 2010

LA SILLA DE KAZUO OHNO


Cuando fui al estudio de Kazuo Ohno, en Kawasaki, y vi su silla roja, en la que pasó muchas horas sentado, meditando, con flores rojas encima, me dije que si no fuera porque su hijo estaba delante, habría cogido el ramo de rosas, los habría apartado y me habría sentado allí mismo para echar una siesta y viajar a 1960. Me hubiera gustado saber qué pensaba el maestro cuando rodaba las primeras películas. La desnudez de sus movimientos expresionistas, la crítica al mundo de la posguerra japonesa, o quizás solo el arte como forma de expresión, de su única necesidad vital.
Ese mismo día sabía que Kazuo Ohno estaba postrado en su cama, a tan solo 10 metros del estudio, en su casa familiar, en la que llevaba muchos años viviendo. Prácticamente pasado el siglo de vida no hablaba, pero podía sonreir por dentro. Realmente deseaba ir a verle pero no era el momento para molestar al maestro, así que me conformé con su silla, sus rosas, su piano, su foto preferida de La Argetinita, la herencia de su hijo, sus documentales y sus libros.
Y ayer, con 103 años, por fin dejaba la cama en la que tanto tiempo llevaba postrado, menos que en su silla, pero seguro que otro lugar donde le dio tiempo a pensar sobre el baile, la historia, la política y la verdad de su Japón mientras nacía su nieto y crecía en su regazo.
Querido Kazuno Ohno, muchas gracias por todo lo que nos has enseñado y ofrecido. Algún día, cuando podamos reunirnos en el limbo, podrás explicarme por qué tu silla tenía un ramo de rosas rojas encima, mientras tú viajabas a otros tiempos.
Cuando Noriko termine el documental sobre tu arte, en el que lleva más de cinco años trabajando, a lo mejor, entenderé la razón verdadera por la cual desde que vi tu silla no he dejado de soñar con ella. Arigatou gozaimasu.

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