Del camino de la escritura, Shodo, practicando hiragana, katakana y kanjis durante semanas, he empezado a entender el amor por "Los Cuatro tesoros del estudio" que son: el papel -de arroz o de pulpa de bambú-; la barra de tinta -hecha de hollín de materiales como el pino quemado o el negro de humo que una vez mezclado con agua nos da una textura de tinta líquida más o menos espesa (gradación de tonos negros y grises)-; el pincel -de oveja, lobo, tejón o mixtos...-; y el tintero -de piedra dura y porosa donde se fabrica la tinta. Este arte milenario que lleva todo un proceso riguroso para emprezar a imprimir sobre un papel de arroz o pulpa de bambú (generalmente A4) ideogramas o kanas lleva consigo una actitud, un saber estar frente al tiempo, al espacio, al equilibrio, a la meditación. Uno no busca esa actitud, uno poco a poco se va encontrando con ella pues tiene una especie de retroalimentación con la práctica de la escritura en sí. Para llegar a ser maestro de Shodo se necesita tiempo y dedicación, una práctica constante, un acercamiento al arte de la caligrafía que aquí, debido al alfabeto, poco se practica (cada vez menos gracias a los teclados de los ordenadores) y poco se cuida.
Mi bisabuelo español era un maestro que tenía una caligrafía de moda en los inicios del siglo XX, una letra de una legibilidad excelsa, redonda y con ciertas florituras en las terminaciones, algo que heredaron algunos de sus hijos y que éstos, a su vez, trataron de transmitirme cuando ya el estilo de la caligrafía cambiaba al ritmo del crecimiento personal y la tecnología. ¡Cómo hacer una caligrafía magnánima cogiendo apuntes a toda velocidad en la Universidad! No parece muy práctico ni fácil. Sin embargo el Shodo sí te obliga a ese tiempo de reflexión, del detalle, del comprender el ideograma en un determinado espacio, de encontrar un equilibrio y reflexión sobre el mismo en el simple trazo. Cuando uno practica Shodo la mente se ocupa en la ejecución de la pincelada, el fluir de la tinta. El olor de la misma penetra por la nariz y se adhiere al cerebro, como si de una adicción más se tratata, y entonces uno desea casi convertirse en tinta, pincel, dejar deslizar la mano, ponerse de pie (mejor que sentado) y expresar a través de la mano rasgos, formas, movimientos...
Mi bisabuelo español era un maestro que tenía una caligrafía de moda en los inicios del siglo XX, una letra de una legibilidad excelsa, redonda y con ciertas florituras en las terminaciones, algo que heredaron algunos de sus hijos y que éstos, a su vez, trataron de transmitirme cuando ya el estilo de la caligrafía cambiaba al ritmo del crecimiento personal y la tecnología. ¡Cómo hacer una caligrafía magnánima cogiendo apuntes a toda velocidad en la Universidad! No parece muy práctico ni fácil. Sin embargo el Shodo sí te obliga a ese tiempo de reflexión, del detalle, del comprender el ideograma en un determinado espacio, de encontrar un equilibrio y reflexión sobre el mismo en el simple trazo. Cuando uno practica Shodo la mente se ocupa en la ejecución de la pincelada, el fluir de la tinta. El olor de la misma penetra por la nariz y se adhiere al cerebro, como si de una adicción más se tratata, y entonces uno desea casi convertirse en tinta, pincel, dejar deslizar la mano, ponerse de pie (mejor que sentado) y expresar a través de la mano rasgos, formas, movimientos...
Y es así como uno, casi sin buscarlo, llega al Sumi e, pintura a tinta china, donde se celebra expresar el espacio, la profundidad de campo, la armonía en la composición de un dibujo relacionado preferentemente con la naturaleza. Supongo que el Sumi e es un paso más avanzado que la caligrafía pues para lograr un buen dibujo también se necesitan conocer muchas más técnicas a la hora de relacionarse con el pincel y la tinta. A medida que me adentre en el maravilloso mundo del Sumi e (ayer hice varios ejercicios de hojas de bambú) imagino que descubriré una relación más comprometida como para poder hablar con soltura de ello. ¡Hasta ver estas obras realizadas en tinta china es un arte en sí mismo!, relaja la vista y exalta las emociones primarias, esas que nos acercan a nuestra naturaleza más remota y gracias a las que somos los que somos y quienes somos. Si hubiera más arte y menos guerra las relaciones humanas ganarían en empatía, calidad e igualdad. Aunque fue también un chino, Sun Zi, el que tuvo la feliz idea de escribir una obra conocida como El arte de la guerra, por la época imagino que lo hizo con tinta y pincel. Llegados a este punto, poco más puedo decir más que disfrutar de la elegancia del arte te permite olvidar el eterno conflicto del ser, aunque solo sea temporal.