Quería seducir al viento y a las golondrinas con su cometa, hasta que se estrelló en el ocaso.
viernes, 31 de agosto de 2007
sábado, 25 de agosto de 2007
viernes, 24 de agosto de 2007
RESGUARDADA POR LOS LIBROS
Escribir escribo, mucho, más de lo que quisiera, más de lo que uno puede imaginar: e-mails, chats, microtextos, relatos, guiones... Siento no compartirlo muy a menudo, al volverse uno cada día más exigente, le cuesta compartir aquello que no tiene la seguridad de ser realmente bueno... Entre medias de las correcciones leo, menos de lo que quisiera pero más que hace años; me divierto, suspiro y lloro con los personajes. Ahora me he enganchado a Julian Barnes, tiene un humor exquisito, ese humor contenido que en un segundo se convierte en carcajada, muy en la línea de El Guardián entre el Centeno. Después de leer El Loro de Flaubert, por recomendación de un amigo, me he comprado Talking it Over, en español Hablando del asunto (por cierto, este es otro tema que me vuelve loca, las traducciones de los títulos... una buena tesis para un nerd de la literatura, bien sure). Así es como matizaría Oliver el final de la sentencia. Oliver es el personaje más divertido de Hablando del asunto, un tipo peculiar, detestable y adorable a la vez. Lo que más me gusta de esta historia es la forma, a tres voces -Oliver, Stuart y Gillian- nada nuevo, pero le da mucha agilidad, consigue jugar con el narrador-lector, y a su vez sirve de contraste de los puntos de vista para conseguir un humor ciertamente mordaz y estupendo. Julian es aconsejable en todos sus textos. Y yo he decidido que le seguiré leyendo las tardes baldías, cuando lo último que quiero es que suene el teléfono o tener que aguantarle la charla a alguien por educación. Si puedo elegir, entonces, un libro. (Bueno, con algunas pequeñas excepciones que todavía me esperan a la vuelta de la esquina).
TIJERA
Arranqué las hojas de Crimen y Castigo con las manos y las corté en tiras alargadas con la tijera de papel. En cada tira escribí un deseo en tinta roja. Una a una las aguijoneé en los salientes de la lámpara que me ilumina mientras trabajo. Entonces, cuando la inspiración no llega, cojo una tira, la leo, y escribo sobre las palabras cortadas de Dostoievski.
DEDO
Dicen que en Cali, a finales del siglo XX, un performer francés se amputó un dedo con un hacha, en un evento público, para pedir la liberación de Ingrid Betancourt. Dicen, los que lo vieron, que ahora ese dedo permanece en el lugar donde realizó el show, el Museo Contemporáneo de Cali, sumergido en formol. Y dicen, los que olieron la sangre caliente que manaba de su herida, que el hombre quería llamar la atención de los medios para rivalizar con un semejante, también francés, que se había quedado con todos por arrancarse su propia polla a mordiscos, ante un enjambre de ovejas y de mediocres, que creían que aquello era arte. Dicen, del tipo con complejo de yakuza, que al terminar el espectáculo se desmayó delante de los jóvenes colombianos asistentes al acto, perplejos, con los ojos como platos ante lo que vivían -aunque se sabe acostumbrados a la violencia-, y que no se recuerda ni su nombre, ni su cara, ni el día de su nacimiento. Dicen que Ingrid Betacourd no es más que otra, con nombre y presencia, de los miles y millones de secuestrados en el mundo. Su queja no sirvió para nada, ni tan siquiera para llamar la atención al otro lado del Atlántico. Dicen que en París, la cuna del arte contemporáneo, los trozos del pene auto fagocitado por un reconocido artista carnicero, se han convertido en monumento nacional.
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