Caminando por los pasillos me enteré del Goya a Pepe Quetlas que quiso compartir con DDT, un bonito y justo gesto, y vi subir al estrado, una vez más, al querido Reyes Abades. La pequeña gran familia sigue agasajando los cumpleaños de los tíos y los abuelos y los mejores de lo que tenemos. Está bien celebrar cumpleaños rodeados de los que uno quiere, porqué no. A Almodovar, sin embargo, no le gustan los cumpleaños en compañía de los miembros de la Academia, comprensible, imaginando el sabor añejo de esos miembros. Pero teniendo en cuenta que lo de comer miembros se lleva cada vez menos -a mi me resulta demodé en estos tiempos que corren-, bien podría haberse saltado a la torera su manía personal y ambientado el lugar con un sabor a marca del deseo. En cualquier caso, qué más da. Lo más bonito de mi primera parte de la noche fue solidarizarme con Santiago Segura, decirle que nunca me ha gustado su cine, pero que debido a que se comportó como un caballero, decidí respetarle y quererle a partir de ese día. Nos entendimos. Espero no haberle herido, pues ya se sabe que uno está de cachondeo, con las burbujas, y puede que el otro no esté de la misma guisa y se sienta ofendido.
Al terminar la gala nos elevamos por las escaleras mecánicas a la parte de arriba del Palacio donde se degustaba comida y, algunos como nosotros, seguíamos bebiendo. Los que empezaban a beber ahora, los que de verdad se sentaron a ver la gala, aplaudieron, se rieron y se emocionaron, tenían su recompensa de casi cuatro horas de espera. Eran muchos, demasiados. No pude ni verles ni contarles. A lo más que nos acercamos fue a los Goya, les tocamos la frente, las orejas, los rizos y el belfo entristecido. Son apáticos y grises, no como los oscars que son más fálicos y luminosos. Nos hicimos fotos con las esculturas, con sus nuevos dueños, con los camareros, con la Princesa Leia, con las chicas yeye de rizos de peluquería, con el presentador de la gala, con todo el que se dejó y nosotros quisimos. Hasta que por fin dedimos salir pitando a la fiesta privada de Salvador, conduciendo con burbujas, en busca de Dechent, riendo con ganas y terminando la noche haciendo eses. Daniel Brühl aguantó mis comentarios sobre el guión en el que ando, con mucha educación y amabilidad. Se lo agradezco. Yo, al contrario, no estoy segura de haber aguantado alguien tan impertinente como yo con varias copas de más.