viernes, 24 de octubre de 2008

PANTALLAS LUMINOSAS

Vas a un concierto de un tipo que desde que inició su carrera musical tenía a las groupies esperando a la puerta de su camerino. Su bajista salía a elegir la carnaza que esperaba, contenta y caliente, de ser un cuerpo de una noche para unos que sudan en el escenario, salen en las revistas y se cuecen para celebrar el final del paripé. Aunque para ellos el paripé sigue en versión me follo lo que quiero. La nenas me esperan, tengo cientos y más deseando mi cuerpo, el que robé a Jim Morrison y con el que profetizo en las tierras de habla hispana. Una puesta en escena sencilla pero animada, rojos y ocres, negros y plateados. La luz. La luz se hace en el escenario. A las groupies se le mojan la bragas y a las ya casadas, las que lo fueron hace años, se les pone una sonrisa de papel en la cara mientras aprietan la mano del ya marido como diciendo:
- ¿Te acuerdas de cuándo hacíamos el amor en el coche y le escuchábamos?
Y el marido ni contesta. Es posible que ese tipo de voz codiciosa y poética, de seductor y mesiánico, casi que impostada y aprehendida durante su trayectoria en los escenarios, se la haya jugado pero bien. Ni lo sabe. Ni le importa. ¿Y si su mujer hubiera hecho el amor con él pensando en el cantante del aura móvil? Qué más le da, dos hijos, un coche, una casa... Y vámonos pronto del concierto que mañana se labora. Por suerte tú no estás casada, aunque muchos opinen lo contrario.
Ya no tienes 23, aunque en nuestro tiempo la edad no se decide en el pasaporte. No fuiste groupie, ni antes ni ahora. Aunque algunos podrían nombrarte tres situaciones vergonzantes. Pero eso duró lo que dura saber que todo es de cartón piedra, tan falso como los políticos en plena campaña electoral. Ya no vas a un concierto donde el gas de los mecheros se enciende dando calor y apoyo a los músicos. A vista casi de pájaro es un espectáculo luminoso, una lluvia de estrellas para el corazón, un llama de esperanza que no dice más que
- Joder, me estoy quemando el dedo.
Ahora los conciertos son cyber, como tu vida, como tus bragas, como tus excrementos. Los políticos, los ecologistas, los siniestros y los curas. La llama del mechero ya no existe. En su lugar se han implantado cientos de luces azules y blancas, haces luminosos que salen de una pantalla de un móvil, una pantalla de una cámara fotográfica, una pantalla del presente. Esa lluvia de estrellas para el corazón ahora es una nube de luz fría, una luz animada que ilumina el cotarro de la oscuridad de las groupies treintañeras y sus parejas. El espectáculo es siniestro. Parece bonito. No lo es. Más de 70 vídeos, más de 1000 fotos, más de 200 montajes coparán la red hablando de ese concierto. Ese u otros, qué más da. Serán muchos puntos de vista, pero en el fondo, uno solo. La sociedad limitada, creyéndose con el poder de compartir y enseñar, cuando lo único que hacen es inundar de vacío una realidad incompetente para un progreso seguro. ¿Será que tú no eras groupie y tu percepción del mundo está equivocada? ¿Será que ni llama ni pantalla?
Sales del concierto después de hablar con varios: casados y solteros. Y algunos opinan lo mismo que tú. Solo que tú no creas opinión pues no te recreas en la falsa realidad para publicitarla con tu orgullo del pertenecer. Menos mal que no tenías novio con coche, menos mal que no fuiste groupie, menos mal que no das botes en los conciertos sosos, sabes que se te terminarían cayéndo las tetas, luego querrías operarte y luego le mandarías fotos al tipo del concierto, al que te follaste con 17, y le escribirás lo siguiente:
- Tengo 35 años, dos hijos estupendos, un marido que me quiere y me entiende, pero desde que te escuché con 15, no puedo vivir sin tí. He abandonado a mis hijos y a mi marido, he ido a todos tus conciertos, y de tanto bailar en ellos mis pechos se derritieron. Ahora que tengo suficiente plata me los he operado. Me han quedado preciosos, tal y como tú me decías que eran aquella noche que me elegiste entre 12 chicas que esperaban a tu puerta. Me lo dijiste después de tres copas de whisky y dos rayas... Y te aseguro que es la frase más bonita que nadie me ha dicho jamás. Ahora quiero volver a verte pues se que tú te acuerdas de mí.
Menos mal que en su lugar te fuiste a casa a leer Storytelling y Red Colored Elegy.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya rollo de texto, ¿te has fumado algo?

Anónimo dijo...

La escena es muy triste, Twiggy.
Siempre me han llamado la atención las estrellas como Morrison porque supongo que follaron mucho, cuando no siguen en ello -o los Rolling o el otro o la otra- desde una esquela o un geriátrico con aeropuerto y pintxitos pero, coñe, la autoalienación de la narradora, menuda estampa (del mal, como todas las estampas).
Y por lo demás aquí, enganchado a tus historietos (a falta del que -maldad- un día, dijome, enviaría).

2Win dijo...

La lápida donde están los restos de Morrison está cascada, las flores ajadas, los fans tristes. Un gato con la mirada rockera merodea por el cementerio parisino. Yo le fotografío y encuentro en sus ojos la energía de un hombre que dejó huella en el alma de los sentimentales. El resto solo era una copia de pacotilla, maquinas que plagian a un tío auténtico para hacer dinero. Me gusta saber que haya gente que no entienda el texto, eso dice bastante de ellos, independientemente de su calidad literaria.
Prometo un poco de alegría.