Vuelves de otro planeta. Tus padres te contaron cómo era. Existía antes de que te desvirgaran y te inyectaran sociedad capitalista-consumista hasta los tuétanos. Lo tenías olvidado. Olvidas tan fácilmente como aprendes. Todo te sucede a una velocidad aplastante y ese peso se refleja en tu mirada. Vives cada día como el anterior y el siguiente: internet, petróleo, comida envasada, bares de diseño, periódicos vacíos, imágenes adulteradas... Y por fin un día tomas la decisión de meterte en la máquina del espacio y del tiempo y volver al planeta del que te hablaron tus padres: uno que solo vive en los recuerdos y no sabes si es real o te lo has inventado. En ese lugar todo tiene sabor y textura: los tomates, las cebollas, las lechugas, los huevos, la carne, la leche, la brisa, los colores, el agua y la luz. Un sabor auténtico sin conservantes ni colorantes, sin pesticidas ni cámaras frigoríficas, sin abonos artificiales ni empresas empaquetadoras que convierten uno en miles. El mismo lugar donde el coste del sabor es tres veces más barato; no han aplicado la plusvalía de los miles de intermediarios que manipulan los alimentos en la cadena de producción del planeta enfermo. Llegaste al planeta ecológico y entendiste todo lo que tus padres querían contarte. Te dijeron que esto sucedió hace poco tiempo, pero el consumismo atroz ha obligado a esconder esa verdad del hombre que cultiva su propio sustento. Todos, incluso ellos, lo han olvidado. Tu cuerpo se acostumbra fácilmente a lo poco que puede acceder (ya es algo). Tus papilas gustativas se degeneran y ya no interpretan. Pero cuando degustan una verdad, entonces todo lo que has vivido te parece una quimera. Ese planeta que existe en pequeños lugares de difícil acceso está vetado a la mayoría. Muy pronto una minoría ecológica heredará el bienestar y la salud de un cuerpo sin fisuras, sin alergias y sin tóxicos que lo contaminen. Será una minoría perseguida (lo es; no resulta rentable al sistema). Cuando crezcan tus hijos les llevarás a ese planeta. Les enseñarás a saborear la vida que nace de las entrañas de la tierra y que elaboran manos cándidas en las horas de tranquilidad, siguiendo el curso de la naturaleza. Cuando eso suceda tú ya estarás padeciendo todas las enfermedades que te causará la alimentación de tu mundo de la química. De tus padecimientos vivirán todos los manipuladores que destruyen tu pábulo. Y un día, cansada de todo, volverás al planeta ecológico sin pelo y sin dientes, pero llegarás para enseñar a tus hijos lo que te enseñaron tus padres, aunque tus órganos vitales estén envenenados y tus huesos se desplomen por el camino. Lo harás para que ese planeta original no caiga en el olvido, para que no digan las malas lenguas que nunca existió y para compartir la verdad con los que quieres.