miércoles, 28 de febrero de 2007

LA VOZ DE LA CONCIENCIA

Desde hace unos días tengo una nueva voz de la conciencia que se deja ver justo cuando abro este blog. Es cierto, lo tengo un poco abandonado, pero esa vocecita angelical me lo impide. Tiene un tono de voz cálido, pequeño y casi transparente. Es igual que un duende de orejas alargadas y mirada de pillo. Y sí, he de reconocer que se me ablanda el corazón cada vez que le escucho esa vocecita alada que me dice: no me dejes, dame de comer algo más, ahora que me había acostumbrado. Y esa simple vocecita es suficiente para que me anime a teneros al corriente de mis pequeños menesteres literarios.
De momento incluiré otro microrrelato de mi viaje a Japón, incluído en el libro de varios autores Sexo, colores y cianuro. EDAF, 2006.

DORADO

La mujer real que vive en el templo de oro imaginario que una vez hubo en un Tokio imaginario, es una japonesa rubia de ojos verdes, casi cristalinos. El reflejo de su imagen en el lago imaginario el templo es dorado, como los árboles que la iluminan todas las noches, cuando los jardines se quedan vacíos.

SÍNTOMAS DE AUTORES

Mató a su hermanita la noche de Reyes para que todos los juguetes fuesen para ella. Max Aub

lunes, 12 de febrero de 2007

UN BUEN ARRANQUE

Inicio del cuento de Julio Cortázar Las Babas del Diablo. Sublime.
LAS BABAS DEL DIABLO
"Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.
Puestos a contar, si se pudiera ir a beber un bock por ahí y que la máquina siguiera sola (porque escribo a máquina), sería la perfección. Y no es un modo de decir. La perfección, sí, porque aquí el agujero que hay que contar es también una máquina (de otra especie, una Cóntax 1.1.2) y a lo mejor puede ser que una máquina sepa más de otra máquina que yo, tú, ella -la mujer rubia- y la nubes. Pero de tonto sólo tengo la suerte, y sé que si me voy, esta Rémington se quedará petrificada sobre la mesa con ese aire de doblemente quietas, que tienen las cosas movibles cuando no se mueven. Entonces tengo que escribir. Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que esto va a ser contado. Mejor que sea yo que estoy muerto, que estoy menos comprometido que el resto; yo que no veo más que las nubes y puedo pensar sin distraerme, escribir sin distraerme (ahí pasa otra, con un borde gris) y acordarme sin distraerme, yo que estoy muerto (y vivo, no se trata de engañar a nadie, ya se verá cuando llegue el momento, porque de alguna manera tengo que arrancar y he empezado por esta punta, la de atrás, la del comienzo, que al fin y al cabo es la mejor de las puntas cuando se quiere contar algo)".
Julio Cortázar. Las armas secretas. Cátedra, 1999.

domingo, 11 de febrero de 2007

LA INQUIETUD Y LAS PERLAS DEL LOCO VENTURA

Al contrario de lo que pueda parecer, cada día leo y escribo más. La inquietud no me abandona, pero teniendo en cuenta que el tiempo nos resulta corto y limitado, yo he abandonado estas páginas etéreas y cibernéticas para leer a otros y escribir a ratos. Lo que si es verdad es que en esta etapa me siento un poco menos crítica y nerviosa.
Estoy leyendo Las perlas del Loco Ventura, una novela acondicionada a base de relatos cortos, llena de imaginación, destreza y seducción verbal. Es ligera y a la vez violenta, es sencilla y a la vez espiritualmente gozosa, es rápida y atómica y a la vez imperecedera y poética. Su autor Luis Artigue, leonés, como la mitad de mis genes, nos conduce por mundo de la fábula de esta tierra llena de historias que contar. Todavía no le he pedido permiso para plasmar una mínima porción de todo el contenido de su nueva novela, Premio Joven 2006 de la Fundación General de la Universidad Complutense de Madrid, pero dado que ya está publicado en Edaf, Colección Voz y Tiempo, misma editorial que ya ha publicado otras novelas y libros de relatos en los que participo, y dado que pronto le pediré permiso a Luis Artigue, me atrevo a compartir con vosotros esta pincelada de autor.

INMIGRACIÓN ILEGAL DE LAS ALMAS

Esa niña ecuatoriana que vende música pirata enfrente del Palacio de Botines durante las fiestas de San Froilán no sabe nada sobre derechos de autor pero bastante de la vida. Me la encontré cierta noche arrodillada sobre una manta y casi no pude hablar con ella, pero la observé largo rato. Su sonrisa precolombina, su don de gentes, los rasgos mestizos impregnados como de humildad, ese encanto verbal que desprenden los buenos vendedores...

Entonces creí ver escritos en sus manos siglos de colonización, y una historia sobre incesto, café y fuego. Oh, gente que huyó con lo puesto, sin pasaporte, sin carné de identidad, casi sin identidad. En ese momento supuse que nadie en su país podría demostrar documentalmente que aquella niña aún no esté allí, y desde luego no hay nadie en este otro quien desee confirmar que aquí sí está; por eso ningún papel oficial puede constatar su presencia ni su existencia.

Y teniendo en cuenta que para el Estado quien no tiene papeles no existe, creí encontrarme pues no ante una persona, sino delante de un fantasma. Y no me extrañó, pues esta lenta ciudad, ya saben, está llena de apariciones que portan mensajes propicios para el desensimismamiento.

Recordé por asociación que yo tuve abuelos paternos que jamás lograron ganar una batalla; abuelos que también viajaron orientados por la brújula del hambre, y me dio por pensar por eso que, como en la realidad de la ficción la reencarnación es un hecho, tal vez esa niña envejecida por la necesidad era mi abuela.

Si, igual que quien posa flores sobre el panteón familiar, esa noche compré un CD ilegal de Víctor Jara.

Luis Artigue. Capítulo de Las perlas del Loco Ventura. Edaf. Voz y Tiempo. 2007

viernes, 2 de febrero de 2007

LA EXCITACIÓN DEL LECTOR

Las opiniones de Virginia Woolf casi siempre me parecen acertadas. Comparto esta sobre la novela, por precisa y sincera.
"Mientras leemos, ponemos cada frase, cada escena bajo la luz, pues la Naturaleza, cosa muy curiosa, parece habernos dotado de una luz interior que nos permite juzgar la integridad o la falta de integridad del novelista. O, mejor dicho, quizá la Naturaleza, en su humor más irracional, ha trazado con tinta invisible en las paredes de la mente un presentimiento que estos grandes artistas confirman; un esbozo que basta acercar al fuego del genio para que se vuelva visible. Cuando lo exponemos al fuego y lo vemos cobrar vida, exclamamos extasiados: "¡Pero si esto es lo que siempre he sentido, y sabido, y deseado!" Y uno rebosa excitación y cerrando el libro con una especie de reverencia como si fuera algo muy precioso, un refugio al que podrá recurrir mientras viva, vuelve a ponerlo en el estante, dije, tomando Guerra y paz y volviendo a ponerlo en su sitio. Si, por el contrario, estas pobres frases que escogemos y sometemos a prueba suscitan primero una reacción rápida y ávida con su brillante colorido y sus gestos vivos, pero luego se paran, como si algo detuviera su desarrollo; o si lo único que vemos es un garabateo impreciso en un rincón y un borrón en otro y nada aparece entero e intacto, suspiramos defraudados y decimos: otro fracaso. Esta novela falla en algún sitio. Y la mayoría de las novelas, naturalmente, fallan en algún sitio."

Una habitación propia. Virginia Woolf. 1929. Traducción Laura Pujol.