lunes, 14 de diciembre de 2009

CARTA A KAFKA



Querido: El Museo de Kafka en Praga es de un oscuro casi obsceno. Tu sufrimiento y complejos ante la figura de un padre castrador quedan patente en tu obra, pero ¿por qué tu oscuridad, tus ojos de zorro apaleado y la huella de la humedad de Praga se mascan en los rincones de la casa en la que viviste con su familia? ¿Por qué paredes, textos en alemán y en checo, mujeres, amigos y familiares del gran Kafka, o del referente Kafka, quedan empequeñecidos y oxidados entre tanto cristal, metal, agua y oscuridad? ¿Por qué no crear un ambiente más cálido para el placer del viajero, tocar los tejidos que te dieron calor, ver las plumas de colores que llevaron tus amantes en sus sombreros, reescribir sobre tus cuadernillos con tinta hirviendo, y saludar al autor tocándole con la calidez de la piel y el entusiasmo del pupilo contemplando al maestro? ¿Quién quiso que permanecieras entre enormes cajones de escritorio helados, lacados de negro y plata, bajo un aspecto lamentable y pendenciero de sufrimiento que no han dejado de retratar en documentales y películas de ficción sobre "el hombre metamorfoseado" consecuencia de lo único que entendían en tus textos, el tormento? Quizás otros no lo vean de la misma manera, quizá ese día que traspasaron el umbral hacía calor fuera de Museo y al entrar el golpe no supusiera más que un alivio, pero para mí, en parte admiradora, seguidora y amante a ratos de tus ojos de zorro empequeñecido por la sombra de todo lo que se avecinaba, para mí, digo, supuso un terrible trauma: la sensación de que, a veces, por mucho que aportes a la humanidad, es mejor que te dejen morir tranquilo, que no utilicen ni tu imagen ni tu pensamiento para conseguir una lectura errónea y usarla como si tú, vivo, estuvieras hablando. Tú convertido en un reclamo publicitario, un reclamo para hacer dinero, para mantener viva una imagen irreal de lo que realmente percibiste, para que tus detalles más intimos, desconocidos, se justifiquen en el trabajo de personas que jamás te conocieron, y a las que un señor puesto casi a dedo por una gran mayoría iletrada, pidió para justificar su trabajo te hicieran un retrato robot y un homenaje para tu permanencia. ¿Es eso lo que realmente querías? No hay nada más eterno que el calor del sol que nos hermana, ese que hace crecer aquello que nos alarga la vida, y que devoramos sin ser conscientes. Y tu sol son tus ojos, ahí dentro una llama resplandece para avisarnos de toda la basura que existe y que jamás dejará de existir, puesto que de la basura venimos y en basura nos convertiremos si por ella entendemos polvo y restos de materia en plena transformación. Y tú, sol y polvo, y tú, zorro y amante acomplejado, y tú caminante por las maravillosas calles de la Praga de principio del siglo XX, te has transformado en un Museo oscuro para que los turistas que han leído tres cosas sobre tí vayan a verte convertido en frío y miedo, en tristeza y llanto. Yo, querido, deseo más bien tu calor. Acercarme al hombre que pensó y no al pensamiento del hombre que mataron. Porque dando calor al hombre es más fácil rozar su pensamiento. ¿O no?

jueves, 3 de diciembre de 2009

VIRGILIO PIÑERA

Un humano que quería ser escritor.


"Perdido todo;
le quedaron ciertos libros.
Cerrados, semenjan ataúdes,
y abiertos, cunas propicias".


Así es, un libro cerrado no es más que un volumen que ocupa un espacio sin dueño (¿Será el espacio la excusa para su exterminio?). Para poco sirve si no se abre -aunque en algunas casas lo utilicen para "rellenar" las estanterías, "decorar" las habitaciones, o "calzar" las mesas cojas-. Pero un libro abierto, uno de los buenos, esos que te llevan de viaje, que te enseñan y te conmueven, un libro pensado, realizado con sangre y sudor de un ser que sufre por los demás, que entiende, y que apenas puede hacer más que gritar y vomitar su rabia sobre una hoja en blanco, como así hicieron muchos, Kafka, Gombrowicz, Lezama Lima, Modiano, Mishima... Uno de esos no ocupa, sino que se filtra a través de los ojos y se convierte en materia prima para generar nuevas "ideas" unidas a las que ya lleva uno consigo durante años. Ahora que vivimos perdidos todos (aunque sobre esto habría mucho que decir -más bien ahora nos estamos encontrando, pues antes sí que estábamos perdidos sin darnos ni cuenta-), tan solo nos quedan ciertos libros ¿pero qué libros? ¿Quién los elige? ¿Por qué? ¿Para qué...? Abro libros elegidos, libros queridos, aquellos que pasan de mano y mano y entre medias surge la caricia. Una sonrisa tenue, un ayer. Un poco de Virgilio Piñera. Un poco de amor. Libros y palabras. A veces uno quisiera callar, como así hago durante largas temporadas. Tanta información, tanto destello baladí, tan triste la realidad que nos rodea, tan miserable el comportamiento de los herederos... ¡Siempre tememos ser bombardeados! Lástima.

El jueves 10 de diciembre, a las 19:30, iré a Casa América a escuchar a Andrés Sorel y Antón Arrufat hablar sobre Virgilio Piñera, al que se ha dedicado un monográfico de República de las Letras, la publicación de la ACE. No obtendré más respuestas, pues éstas, se gestan con cierta precaución. Pero será un placer escuchar en boca de amigos las palabras dedicadas a otro grande, otro personaje sensible (pues llega un momento que el humano que quería ser escritor se convierte en el personaje que él mismo ha creado), un Virgilio Piñera pensante, un cubano visionario. Allí nos veremos con el entusiasmo bajo pues, en estos tiempos, debemos cuidarnos de los devoradores y aquellos seres intrépidos que sin escrúpulos quieren comerte las entrañas. Allí nos veremos en silencio, en comunión y sin iglesia.