domingo, 26 de abril de 2009

UN CUENTO Y UNA ESTATUA PARA ANTONIO PEREIRA

Antonio Pereira, León. Octubre 2008. Fotografía realizada por Twiggy Hirota.


Conocí a Antonio Pereira en octubre de 2008, en el Congreso de Escritores celebrado en León: Pensamiento y Literatura, organizado por la ACE en el Hostal San Marcos. Tenía la misma edad de su muerte: 85 años. Le observé con esa mirada cercana que permite un objetivo de una cámara cuando quieres un plano detalle. Le veía cansado y sin embargo lleno de ganas de vida. Tengo sus manos grabadas en plano corto, esas que tantas palabras han dejado deslizar por el papel para crear relatos. Su cacha, ese punto de apoyo, brillante, por la que deja correr sus manos y su figura. El mismo brillo que permanece en sus ojos hundidos bajo su nariz rotunda.



Antonio Pereira, León. Octubre 2008. Fotografía realizada por Twigg Hirota.


Necesitaba contener su respiración en unos planos para el recuerdo: uno al lado de Gamoneda, el poeta que vivió su infancia en El Crucero de León, lugar donde Pereira conoció a su mujer Úrsula; otro a lado de sus queridos amigos y familia y finalmente el suyo, el que refleja su alma berziana, su poso leonés, su sinceridad y desparpajo para reconocer, con gracia, lo cínico que es el mundo que nos rodea. Como buen leonés y buen escritor de cuentos sus alumnos avezados le rendían homenaje y tiempo a su obra: José María Merino y Luis Mateo Díez. Y él escuchaba desde su tribuna de homenajeado pensando, quizá, cuándo iba a terminar el acto, los saludos, las sonrisas, cuándo por fin iba a poder volver a casa y escribir, poco, pero hacerlo, y meditar en el preludio del nuevo mundo al que se enfrentaba. Pese a sus palabras en alto ante un micrófono, su mirada transmitía la calma del ahora todo esto me da igual. Ni siquiera que fuera en su tierra, ni que llegaran compañeros de profesión, ni que figurara al día siguiente en las portadas del periódico en el que llevaba años colaborando... Ese acto, un homenaje a su obra y su figura, antecedía algo que él conocía muy bien: algo llamado muerte, lo que todos esperamos con la decencia para la que nos prepara la vida. Había asistido a varios premios, desde 1966: Premio Leopoldo Alas, Premio Fastenrath, Premio Castilla y León de las Letras, Doctor Honoris Causa por la Universidad de León, Premio Quevedo del Ayuntamiento de Madrid, y al final, con más o menos personalidades en la sala, más o menos apoyos, más o menos pomposidad, había salido airoso en todos. De él se decía que era, sobre todo, buena persona y un maravilloso cuentista. Entre sus manos se escurrieron las de grandes escritores y pensadores, políticos y otros hombres de carne y hueso que vivieron la guerra y la posguerra española y que la mayoría de ellos le habían dejado solo, y feliz al lado de su mujer Úrsula. Casi todo el siglo XX. Por todos los motivos expuestos, incluidos el de ser leonés (siento tirar hacia la tierra que me crió) le dije que quería entrevistarle para el proyecto en el que llevo meses trabajando y que paralicé durante estos últimos meses debido a la crisis. Hablamos por teléfono en dos ocasiones para ajustar agendas entre León y Madrid (lugares entre los que vivía dependiendo de la estación del año), y más por mi vida acelerada que por sus viajes, retrasé la entrevista. Me gustaba escucharle. Voz afable y nítida, castellano de las montañas, y su caja de resonancia curtida por el frío. El sábado por la mañana removí algunos de los libros que tengo en el apartado de leer y, por azar, se cayó Relatos sin fronteras, de Antonio Pereira y Editado por la Junta de Castilla y León en 1998. El libro tiene en la portada una foto de La Casa Blanca tomada en 1910 por J. Craig Annan. Representa alguien a quien no distingo la cara pescando en un lago en el que se refleja la casa que fotografía el señor Craig Annan. Siguiendo los pasos de Modiano, decir que mi abuelo también era leonés y pescador, sería rizar mucho el rizo de las coincidencias con Pereira ¿algún día en las entidades bancarias de Santo Domingo? ¿En las tiendas de pesca de la Pícara Justina? ¿Se caería el libro de la estantería al mismo tiempo en el que Antonio Pereira expiraba y eso no era más que un aviso para mi de que a partir de ahora ya solo quedaban sus palabras? ¿O sería mi abuelo que al ver llegar a Pereira al planeta de los muertos le reconociera y se saludaran, como en los viejos tiempos, antes de entrar al banco o al tanatorio de León? De una manera u otra siento paz y tristeza. Siento que llevaba su secreto consigo, el secreto de la enfermedad de la vejez que le impidió vivir más tiempo. Y siento no haber pasado con él una tarde cogiéndole esas manos de cuero curtido, preguntándole por la historia de León, la que él vivió, la que vivió parte de mi familia. Y siento que no me pudiera contar, igual que se cuenta un cuento a un niña, todo lo que pasó ese día que él y mi abuelo pescaron una trucha juntos, una trucha imaginaria que entre los dos dejaron libre para correr por el río abajo, dejándose llevar por la corriente, hasta desembocar en un lugar extraño, frío y oscuro.


Antonio Pereira y Antonio Gamoneda, León. Octubre 2008. Fotografía realizada por Twiggy Hirota.

Escucho sus palabras, ahora desde el otro lado, editando sus deseos. Esas palabras que salieron de su boca escondida tras un bigote y una barba blancas, con las que sonrío. Palabras y pensamientos que hicieron florecer las risas y los aplausos de su auditorio leonés:
"Gracias por esta apoteosis que me habéis dedicado en el día de hoy, y que me tiene, no diría yo que fuera de sí, porque yo hablo muy bien, sino fuera de mi (risas) y con algún trastorno psicosomático más de la cuenta. Gracias, repito. Ahora, me pregunto, todo esto tan maravilloso ¿vale para algo? Es decir ¿vais a comprar más libros míos? (Risas). Porque siempre los editores me engañan o es que las cosas no van como deben ir (risas). Segunda cuestión: ¿Todo este éxito va a servir para que los estos mandones que andar por aquí, que organizan todo esto, los soreles, las asociaciones, los grandes mollás, esto valdrá para que me gestionéis algún premio nacional? (Risas y aplausos del auditorio a rebosar). Y ya si no puede ser eso pues haber, la representante, esta chica tan mona, de parte del Alcalde que vino, pues a ver qué me hacen en el Ayuntamiento. Una estatua. Digo yo. (Risas y aplausos). Más bien alta, porque prefiero el agravio de las palomas que las de los niños gamberros. (Risas del auditorio). De todas las maneras el ensanchamiento de mi corazón y satifacciones que hoy he redibido aquí son mayores que ninguna otra cosa y aquí vendría en todo caso, pues ni más ni menos que para estar con vosotros y para esta satifacción inigualable".*
* Texto trascrito de la grabación del Homenaje a Antonio Pereira celebrado durante el VIII Congreso de Literarura Leonesa. Jueves, 2 de octubre de 2009. Hostal San Marcos. León.

Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, León, 13 de junio de 1923-León, 25 de abril de 2009), ha publicado más de 15 libros de relatos y varias novelas.