Librería Muga, jueves 26 de febrero de 2009, a las 19.00 horas...
Presentación colectiva y lectura de textos de varios autores. Presentarán las nuevas publicaciones "La soledad" (con relatos de María Cruz Villar Ruiz, Andrés del Arenal, Conrado Arranz y Marta Robles) y "La crueldad" (con relatos de Teresa Galeote, Minke Wang y Twiggy Hirota).
1. LA SOLEDAD
“La otra orilla”, María Cruz Vilar
Trazó un plan, él estuvo de acuerdo. Aquella monja tuvo la culpa; si les hubiera dejado hablar un rato todas las tardes antes de la cena, sentados en el banco junto al estanque de ranas de colores, no hubieran tenido necesidad de cambiar las cosas. Fue la monja, celosa del amor que los dos sentían y que no ocultaron al mirarse en la capilla, en el comedor, en el paseo, siempre vigilados por aquel alma del diablo con cara angelical; sobre ella caería el pecado, si es que existía justicia divina.
“La carga del Bombay”, María Cruz Vilar
—Tú nos diste un entorno, cuerpo, voz, sentimientos, vida.
—¿Soy Dios?
—¡Virgen Santísima! ¡No!, pero nos conoces a todos mejor que nosotros mismos, aunque no recuerdes nada. No te preocupes, a medida que «El Bombay» se aleja de tierra, irán volviendo las imágenes de lo que fue tu vida y sabrás quién eres y quienes somos, poniéndonos a cada uno en el lugar y en el tiempo preciso.
“Costumbres”, Andrés del Arenal
A veces me sorprendo pensando en lo importante que es lo contingente para la seguridad personal; cómo toda costumbre es una referencia de la que nace un asidero inmutable porque-es-imposible-que-falte. Y si la mayor parte de nuestra vida es costumbre, esto es, aburrimiento, falta de exaltación, ¿a qué resignarnos sino a esos pocos momentos rupturistas que, por eso mismo, permanecen en el recuerdo?
“Crónica de un día”, Andrés del Arenal
El pequeño se divertía visiblemente. Reía mucho cuando era impulsado a las alturas. Reía más cuando era regresado a tierra. Sin embargo, el vaivén del sube-baja fue espaciándose. El pequeño era suspendido durante más y más tiempo en las alturas. Ya no se divertía tanto. Ahora era el grande quien reía. Cuando el pequeño comprendió que, por más que presionara su cuerpo con fuerza, no serviría de nada, soltó a llorar. El grande ahora reía a carcajadas. No sé por qué, en ese momento pensé en la vida.
“Espejos”, Conrado Arranz
Al verla, miré hacia la salida para encontrar a la persona que había estado allí; la silla en la que me había sentado aún estaba caliente y mullida a un acomodo extraño. En la servilleta había varias frases escritas, de las que sólo recuerdo “el tiempo trata de matar al hombre” y unos puntos suspensivos con un eterno recorrido que terminaban en el límite entre el papel y la mesa.
“La huida”, Conrado Arranz
Todas las noches paseaba por los escaparates y soñaba que los rompía en pedazos y colocaba los maniquíes en posturas obscenas. Después agarraba todos aquellos collares y los unía: las perlas con la obsidiana, la madera con los diamantes; construía con ellos una horca para esas figuras humanas que eran incapaces de hablar. Rodeaba su suave cuello y tensaba las joyas y adornos hasta anudarlas a los focos que iluminaban la escena…
2. LA CRUELDAD
“Sólo se abrió nuestra puerta”, Teresa Galeote
El maestro tardó algunos meses en recuperarse. Pasó a darnos las gracias a Víctor y a mí; a decirnos que sentía cuanto había pasado y que se incorporaba al trabajo, aunque su laboriosidad sólo duró hasta finales del año 1939. Llegaron de madrugada. Le sacaron a empellones de su casa y no volvimos verle nunca más. Quizá hubo gente detrás de alguna mirilla, pero sólo se abrió nuestra puerta.
“La misión”, Teresa Galeote
Cuelga el auricular. Su figura va quedando desdibujada en la penumbra. La gran bandera reposa sobre el pendón. En ese preciso momento recuerda las palabras del alemán Goering en el juicio de Núremberg: "Naturalmente, la gente común no quiere la guerra, pero después de todo, son los dirigentes de un país los que determinan la política, y siempre es un asunto sencillo arrastrar al pueblo. Ya sean que tengan voz o no, al pueblo siempre se le puede llevar a que haga lo que quieren sus gobernantes".
“Reliquias de la guerra”, Twiggy Hirota
El pozo tenía siete metros de profundidad. Es de lo único que nos enteramos cuando apareció el cadáver reseco y descolorido. Debía llevar allí años, curtiéndose como una momia embalsamada en sustancias de otros tiempos. Claro que el abuelo, cuando vivía, nos llegó a explicar que ese pozo era estéril, ya no daba agua desde el mismo año de la guerra del 36.
“One shoot, some lines”, Twiggy Hirota
Estabas habituado a Glen, poder hablar con él en portugués de conocidos comunes. La fábrica. Maldita fábrica. Glen trabajaba en construcción. Duró tres meses a tu lado y un buen día te dijo que se iba. Lo siento amigo. Voy a por el oro. Glen estaba obsesionado con el oro de la guerra que habían enterrado las familias asturianas en las mountains de los Picos de Europa. Luego algunos miembros morían asesinados, otros desaparecían, otros huían. Y el oro se quedaba allí. Allí sigue.
Consulta las actividades de Librería Muga en: http://www.publimuga.com/agenda.html
Avda. Pablo Neruda, 89 - Teléfono: 915079085 - E-mail: info@publimuga.com
Presentación colectiva y lectura de textos de varios autores. Presentarán las nuevas publicaciones "La soledad" (con relatos de María Cruz Villar Ruiz, Andrés del Arenal, Conrado Arranz y Marta Robles) y "La crueldad" (con relatos de Teresa Galeote, Minke Wang y Twiggy Hirota).
1. LA SOLEDAD
“La otra orilla”, María Cruz Vilar
Trazó un plan, él estuvo de acuerdo. Aquella monja tuvo la culpa; si les hubiera dejado hablar un rato todas las tardes antes de la cena, sentados en el banco junto al estanque de ranas de colores, no hubieran tenido necesidad de cambiar las cosas. Fue la monja, celosa del amor que los dos sentían y que no ocultaron al mirarse en la capilla, en el comedor, en el paseo, siempre vigilados por aquel alma del diablo con cara angelical; sobre ella caería el pecado, si es que existía justicia divina.
“La carga del Bombay”, María Cruz Vilar
—Tú nos diste un entorno, cuerpo, voz, sentimientos, vida.
—¿Soy Dios?
—¡Virgen Santísima! ¡No!, pero nos conoces a todos mejor que nosotros mismos, aunque no recuerdes nada. No te preocupes, a medida que «El Bombay» se aleja de tierra, irán volviendo las imágenes de lo que fue tu vida y sabrás quién eres y quienes somos, poniéndonos a cada uno en el lugar y en el tiempo preciso.
“Costumbres”, Andrés del Arenal
A veces me sorprendo pensando en lo importante que es lo contingente para la seguridad personal; cómo toda costumbre es una referencia de la que nace un asidero inmutable porque-es-imposible-que-falte. Y si la mayor parte de nuestra vida es costumbre, esto es, aburrimiento, falta de exaltación, ¿a qué resignarnos sino a esos pocos momentos rupturistas que, por eso mismo, permanecen en el recuerdo?
“Crónica de un día”, Andrés del Arenal
El pequeño se divertía visiblemente. Reía mucho cuando era impulsado a las alturas. Reía más cuando era regresado a tierra. Sin embargo, el vaivén del sube-baja fue espaciándose. El pequeño era suspendido durante más y más tiempo en las alturas. Ya no se divertía tanto. Ahora era el grande quien reía. Cuando el pequeño comprendió que, por más que presionara su cuerpo con fuerza, no serviría de nada, soltó a llorar. El grande ahora reía a carcajadas. No sé por qué, en ese momento pensé en la vida.
“Espejos”, Conrado Arranz
Al verla, miré hacia la salida para encontrar a la persona que había estado allí; la silla en la que me había sentado aún estaba caliente y mullida a un acomodo extraño. En la servilleta había varias frases escritas, de las que sólo recuerdo “el tiempo trata de matar al hombre” y unos puntos suspensivos con un eterno recorrido que terminaban en el límite entre el papel y la mesa.
“La huida”, Conrado Arranz
Todas las noches paseaba por los escaparates y soñaba que los rompía en pedazos y colocaba los maniquíes en posturas obscenas. Después agarraba todos aquellos collares y los unía: las perlas con la obsidiana, la madera con los diamantes; construía con ellos una horca para esas figuras humanas que eran incapaces de hablar. Rodeaba su suave cuello y tensaba las joyas y adornos hasta anudarlas a los focos que iluminaban la escena…
2. LA CRUELDAD
“Sólo se abrió nuestra puerta”, Teresa Galeote
El maestro tardó algunos meses en recuperarse. Pasó a darnos las gracias a Víctor y a mí; a decirnos que sentía cuanto había pasado y que se incorporaba al trabajo, aunque su laboriosidad sólo duró hasta finales del año 1939. Llegaron de madrugada. Le sacaron a empellones de su casa y no volvimos verle nunca más. Quizá hubo gente detrás de alguna mirilla, pero sólo se abrió nuestra puerta.
“La misión”, Teresa Galeote
Cuelga el auricular. Su figura va quedando desdibujada en la penumbra. La gran bandera reposa sobre el pendón. En ese preciso momento recuerda las palabras del alemán Goering en el juicio de Núremberg: "Naturalmente, la gente común no quiere la guerra, pero después de todo, son los dirigentes de un país los que determinan la política, y siempre es un asunto sencillo arrastrar al pueblo. Ya sean que tengan voz o no, al pueblo siempre se le puede llevar a que haga lo que quieren sus gobernantes".
“Reliquias de la guerra”, Twiggy Hirota
El pozo tenía siete metros de profundidad. Es de lo único que nos enteramos cuando apareció el cadáver reseco y descolorido. Debía llevar allí años, curtiéndose como una momia embalsamada en sustancias de otros tiempos. Claro que el abuelo, cuando vivía, nos llegó a explicar que ese pozo era estéril, ya no daba agua desde el mismo año de la guerra del 36.
“One shoot, some lines”, Twiggy Hirota
Estabas habituado a Glen, poder hablar con él en portugués de conocidos comunes. La fábrica. Maldita fábrica. Glen trabajaba en construcción. Duró tres meses a tu lado y un buen día te dijo que se iba. Lo siento amigo. Voy a por el oro. Glen estaba obsesionado con el oro de la guerra que habían enterrado las familias asturianas en las mountains de los Picos de Europa. Luego algunos miembros morían asesinados, otros desaparecían, otros huían. Y el oro se quedaba allí. Allí sigue.
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