Los hay que les pagan por escribir. Tienen suerte aunque sus sueldos suenan ridículos en esta sociedad de la opulencia (donde los mil euristas viven al día). El marketing, las editoriales y los libreros se reparten poco de casi nada. Un interrogante directo de la lectura basura. Por lo menos lectura. (También se pueden escoger cosas buenas, pero hay que rebuscar en los estantes más recónditos).
Sin embargo lo mío va de culo. Yo pago por escribir. Sobre la lectura, sin comentarios. Ni busco, ni rebusco. A veces me regalan, otras encuentro, por pura casualidad. Pero no busco.
Yo pago, como se paga a las putas por sus servicios. Pago por el tiempo. Pago por el amor. Pago por respirar. Pago por escribir. Así estamos a estas alturas. Pago, también, por mirarte a los ojos y descubrir cómo el tiempo puede congelarse.
Pagarme me pagan por otras cosas. Por resolver marrones de toda índole: de producción, de devoción, de siniestralidad, de silencio, de cobertura de capullos. Me aproximo a los renglones torcidos de un amor por e-mail, por blog, por sensaciones. Un amor que está sin estar. Uno que tiene suerte pues hace lo que yo deseo: pagarle por escribir. Sus líneas me recuerdan que soy una puta vaga, que ya está bien de tener abandonado mi espacio, de abandonarme al trabajo desaborío de las gestiones telefónicas y audiovisuales. Ya está bien de chatear con Hernán y ensuciar mis tacones de marrón. Ya está bien de remolonear pensando que pronto podré volar hacia mi otra casa. Ya está bien de dejarse llevar por un sistema podrido donde hasta la Iglesia puede determinar el voto. Qué tendrán que ver la inercia con la basura, el Pentágono con las Nike, el olor con el cambio climático. Aparentemente poco. Sorprendentemente bastante.