miércoles, 18 de marzo de 2009

VITA SEXUALIS

Leo en Vita Sexualis la siguiente reflexión: "Observando a mis compañeros de estudio de entonces desde el punto de vista de su tendencia sexual, éstos se clasificaban en dos categorías: los melosos, y los duros o amargosos (por lo que tenían de cáscara amarga). Los melosos eran una ralea que se entretenía mirando las consabidas y curiosas estampas coloreadas. El ya mencionado prestamista de libros solía acarrear a la espalda una alta caja compartimentada para alinear allí los libros a tope. En la base de dicha caja había adaptado un cajoncito, y este cajoncito era el lugar reservado donde -de fijo- se guardaban los famosos ejemplares de las curiosas estampas coloreades. Aparte de este suministro en préstamo del hombre-biblioteca, no faltaban los zooshi o libros de la misma calaña, que algunos estudiantes de entre nosotros poseían en privado. Los amargosos no ponían sus ojos en cosas tales como las susodichas estampas. Había a su vez un manuscrito circulando por allí que contaba las andanzas de un chaval, llamado Sangoroo Hirata, y, éste sí, los amargosos se lo quitaban unos a otros de las manos para leerlo. Cuentan las malas lenguas que en sitios como los pensionados de Kagoshima, este libro es el más leído en las fiestas de Año Nuevo. Es la historia amorosa de Sangoroo, un joven de flequillo, con un compinche suyo de cabeza semirrapada que lo supera en edad. Es una historia de celos, y también de rivalidad amorosa en torno al efebo Sangoroo. Creo recordar que al final de la obra los dos amantes mueren, uno tras otro, en el campo de batalla. También este libro tiene ilustraciones, per no hay en ellas cosas particularmente ofensivas a la vista".

La teoría de los melosos y amargosos (hablamos de un libro cuya primera edición se realiza en Tokio en 1909) me sugiere que, pese a que han pasado 100 años, seguimos dividiéndonos de la misma manera: pelotas y mezquinos. Luego los melosos y amargosos se confunden, unos se convierten en los otros y viceversa, mientras crecen y mientras se dejan influir por lo que les rodea. Igual que estos subgrupos de la naturaleza estudiantil, en cuanto a tendencia sexual se refiere, están miles de subgrupos de la misma calaña social. Poco hemos avanzado en visiones de la vida y mentalidad de grupo. No importa la condición económica que nos rodee. La naturaleza humana tiende al agrupamiento, curiosamente, en nuestra sociedad, estéticamente individualista y, si cabe, egoísta. No hay más que ver, sin profundizar siquiera, lo que nos rodea. Con el valor del dinero por los suelos, algo que en el fondo me congratula, creo que nacerán nuevos grupos sociales que se olvidarán del sexo por una temporada y pensarán en lo que ya llevamos algunos mucho tiempo pensando. Los principios de siglo siempre son buenos para comenzar algo. La decadencia de los imperios es lo que tienen...

Ogai Mori (1868-1912) el autor japonés de Vita Sexualis, también vivió en un periodo de transición entre el régimen feudal de Tokio y el estado moderno que se avecinaba. En sus líneas, que se leen con una sonrisa nada despreciable, se sustenta una realidad que nos sirve de espejo. La educación sexual de un niño en una época de cambios. Me gustaría creer que el ocaso va a ser rápido, que la educación se inicia en la niñez y que lo que viene es mejor que lo que había. Peor, imposible.
Vita Sexualis. El aprendizaje de Shizu. OGAI MORI. Traducido por Fernando Rodriguez-Izquierdo. Editorial Trotta, 2001.

viernes, 13 de marzo de 2009

HUEVOS PODRIDOS

Tomé un café en un garito alternativo con Felipe. El lugar estaba plagado de funcionarios. Me comentaba -bajando tanto la voz que me resultaba difícil comprenderle con nitidez- que estaba ofendido porque la vecina de enfrente le había tirado unos huevos en la puerta de casa. Se arrepentía del día que llegó con un informe rápido y sacando las cifras al vuelo y me lo había dado en la mano:
- Publícalo en tu blog, se lo he pasado a varios medios de comunicación y todos lo han rechazado.
- Por supuesto, es un informe breve, malo y poco contrastado.
Eso había sucedido tiempo atrás. Pero ahora pagaba las consecuencias. Su vecina, funcionaria de pro donde las haya, le había bombardeado con huevos podridos y había escrito con boli, como si la madera pudiera estropearse con tinta azul, la siguiente frase demoledora:
-Reaccionario de mierda. Empresario patético. Que sepas que si no hubiera funcionarios no habría consumo, ahora que está todo el pescao vendido. ¿Ibas tú a sustentar el país?
Felipe seguía susurrando entre sorbos de café, tras sus gafas ahumadas, para no ser reconocido -y eso que era un donadie-. Seguía convencido de lo que decía, pese a lo ¿bien? que funcionaba el sistema administrativo de los franceses o los americanos, pero en su país no le convencía el uso y el abuso de unos ejemplares únicos. Claro que puestos a analizar:
- ¿De quien era la culpa?
Su amigo Leandro justificaba la necesidad del funcionariado, en la educación, la sanidad... Of course, of course, repetía Felipe con su acento de inglés de barrio bajo. A mi no me importa que haya lo que tiene que haber, pero de calidad ¿eh? Y sino miren y vean el panorama del españolito. La queja incipiente y rastrera de "la culpa siempre es del otro" y esto no funciona "porque aquí el que no roba, vuela", etc. etc. Felipe seguía relatandome un discurso cadudo y aburrido. Yo, con cierto estímulo escondido bajo la solapa de mi gabardina, sonreía cínicamente pensando en los huevos podridos, la frase de la vecina, y sobre todo el careto asimétrico de Felipe viendose acosado por funcionarios enaltecidos y orgullosos de su especie. Qué bonita y sencilla es la vida.
Los funcionarios, en su hora del aperitivo, tomaban una cerveza rápida, la mayoría sin, y salían pitando a sus puestos de trabajo. Se acabaron las quejas en este sector. "Da gracias a que tienes un trabajo, no importa si estampas sellos en cuartillas con membrete oficial o si sabes que todos tus jefes son corruptos... Suceda lo que suceda te callas". Felipe les miraba atravesado.
- ¿Por qué, con lo grande -relativamente- que es esta ciudad hemos tenido que venir aquí, si está lleno de tipos que me quieren cortar las orejas por mis opiniones?
Le respondo amablemente que se termine el café que sino se le enfría.
-No te preocupes, Felipe. Los bares están llenos de jóvenes que viven en casa de sus padres y de funcionarios que tienen sueldos a final de mes. No es que yo te haya traído, es que no hay mucho más por esto lares. Los tipos como tú, empresarios de clase media, ya no tienen ni para sonarse los mocos porque el balance de gastos e ingresos no existe, porque la administración y los clientes no pagan, porque los que roban y vivían en esta jungla están todos en el punto de mira -menos mal, y lo que queda- y porque aquí es mejor tirar balones fuera que aceptar que se es incapaz de meter un solo gol. La elegancia, la disciplina y el savoir faire distan mucho de lo eres y lo que te rodea, Felipe.
Se levantó tras su último sorbo de un café ya frío y con posos amargos. Se alzó las gafas y me miró sin parpadear, paladeando cada tonillo odioso de su entonación de hombre mediocre:
- Que sepas que respeto todo lo que dices. En parte lo comprendo, aunque no lo acepte. Pero que lo que peor llevo de todo es saber que el único amigo que tengo -dicho sea de paso- seas tú: un simple funcionario.
Le corregí sus palabras:
-Sencillo. Un funcionario sencillo. Humilde, si cabe.
Pagué la cuenta y me fui. Ahí dejé a Felipe, de pie, mirando al infinito, pensando en la crueldad de las oposiciones, los libros, las letras, los exámenes, la competición, el club de soldados grises de pelo rasurado, las paredes, el papel convertido en dinero. Lucio. Lucio. Planchas para hacer dinero. ¡Qué perdido estaba! Aquel verano del 89, mientras Felipe movía sus caderas ajustándose al movimiento de las extranjeras en las playas del sur, yo me mordía las uñas empollándome el sistema de la administración del estado español. Y confieso: no fue nada agradable.