lunes, 30 de junio de 2008

LUIS ARAGONÉS

La noche empieza pero promete ser larga. El equipo español de futbol gana la Eurocopa 2008. La gente toma las carreteras, las calles, las fuentes, las banderas. La bebida, la basura y los olores de la orina también protagonizan la noche de la victoria, la noche donde el agua de las principales plazas del foro refresca los cuerpos más atrevidos, la noche donde la gente desfallece o se deja la vida, embebida por un deseo cumplido. Las ambulancias tienen trabajo, las gargantas se secan, el cansancio de esperar un autobús nocturno para llevar a los aficionados a sus casas a las afueras de Madrid se reconoce en un éxito de pocos que afecta a muchos. La noche no termina y se junta con el día. Madrid se llena de multitudes que acompañan a sus hombres de fibra por la Castellana hasta llegar a la Plaza de Colón. Se escuchan los cánticos de Reina secundados por los coros que no se quieren perder la ocasión: Del barco de Luis no nos moverán. Todas las cadenas de televisión retransmiten imágenes de los protagonistas del día: La 4; Tele 5; TVE, CNN, todas las televisiones europeas... La publicidad de una victoria redonda. Nos encontramos con la España cañí, la que es y quiere ser. Futbol, alegría y banderas. Dos colores: rojo y amarillo para celebrar la Copa de Europa. Manolo Escobar aparece on stage y las miles de personas se concentran alrededor de la Plaza de Colón y cantan España es la mejor. Los jugadores millonarios celebran con la aficción su victoria, la victoria de una España afectada por la crisis económica internacional. Una amiga apunta a que dentro de nueve meses nacerán en España muchos niños, hijos de la alegría de la victoria. Se llamarán Fernando, Iker, Santi, Daniel, Carles, David, Joan, Cesc, Andrés, Sergio, Xavi, Mario... Serán hijos de ecuatorinos, colombianos, rumanos, peruanos, chinos y serán españoles. Hablarán español con acento argentino, portugués, catalán, andaluz... Porque la España de ahora es un lugar donde todo cabe. No hay estrecheces para la multiculturalidad española en los deportes, las hay para la disputa política. Si hay un solo hombre que cree en la España deportiva de hoy, un solo hombre que se entrega, un hombre que se emociona, es Luis Aragonés. La emoción la siente tan dentro que no hay precio posible para pagar la sensación del triunfar y ser reconocido. Si hay un solo gesto por el que ha merecido la pena es por sentir con él esa emoción de un buen trabajo concluído. Ganar o no ganar, esa es la cuestión. No me reconozco en todo ello. Pero también soy parte. Estando, sin estar.

domingo, 29 de junio de 2008

MÁQUINAS Y ALMAS

Theo Jansen, Reina Sofía.

Arte y ciencia. Tecnología, belleza, emoción. Un robot compacto. Los reflejos del alma de tu figura desdoblándose en un piezas de metal haciendo movimientos lineales y circulares. Las proyecciones psicodélicas de Friedlander sobre figuras que rotan sobre su eje y emocionan con sus colores y sus movimientos. El robot con uñas de David Byrne y David Hanson que canta y copia los movimientos de cabeza de un humano. Lo digital reconstruye lo analógico. Las máquinas ya casi tienen sentimientos.



Theo Jansen. Reina Sofía.

Los AIBO hablan. Aprenden como niños pequeños. ASIMO camina, corre y te ayuda. Entiende órdenes básicas. MURATA BOY recorre cientos de kilómetros sobre una bicicleta. Los robots bailan, cantan, genuflexionan con extremada destreza, saludan, provocan, aturden y fascinan. Son los nuevos juguetes de los poderosos. La nueva forma de sorprender y de concienciar de que mientras unos se mueren de hambre otros cuestionan la humanidad con ingeniería y todas la nuevas tecnologías al alcance de la mano. Puede que pronto seamos los esclavos de nuestras máquinas, ya casi lo somos, pero mientras esto sucede y no, disfrutemos.


Computers do no think; they copy our thoughts. Without humanity, everything else lacks meaning.

máquinas&almas se expone en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, hasta el 13 de octubre. Este es el principio del viaje:

The most beautiful thing we can experience is the mysterious. It is the source of all true art and true science. Albert Einstein.
Estos los artistas invitados para guiarte en el camino:

David Byrne y David Hanson; Daniel Canogar; Evru; Paul Friedlander; Theo Jansen, Sachiko Kodama; Rafael Lozano-Hemmer; John Maeda, Chico Mcmurtie/Anamorphic Robots Works; Daniel Rozin; Ben Rubin y Mark Hansen.

sábado, 28 de junio de 2008

YONKILANDIA

Vas despistada, como casi siempre. Entras en una tienda de ropa de moda porque el escaparate muestra prendas verdes. Llevas tiempo buscando algo verde. El verde te recuerda la primavera, el cesped mojado, el color del bambú. Entras. Hoy vas de pija, aunque podrías ir de hippy, de moderna, de guay, de hortera, de clásica, de grunge o de cosplayer. Podrías incluso ir desnuda, con este calor se entendería, aunque si vestida las miradas te desvisten, yendo desnuda solo podrían robarte el alma.
En la tienda eliges ropa verde: camisetas, faldas, vestidos, pantalones. Entras en el vestuario y tiras en el suelo el bolso, el sombrero, las gafas, el ipod, el teléfono... La cortina roja del vestuario no llega hasta abajo. La abres y la cierras varias veces para verte en el espejo que te mira. Mientras un tipo ojea prendas que no son de temporada. Sospechoso ¿verdad? Le observas con tu despiste habitual. Y ves sus ojos huecos, vacíos. No expresan nada. Sabes que sus intenciones no son buenas. O son buenas para él, en su miseria. Pero no para tí. A los segundos te olvidas de él y sigues mirándote en el espejo. Una chica te atiende, es lesbiana y le gustas. Lo sabes porque te ayuda a ponerte unos pantalones y tarda bastante rato en atarte el cinturón. Lo intuyes porque te mira la raja del culo. Luego te dice: estás muy bien, no debes adelgazar, ni engordar, así estás perfecta.
El hombre vacío, entra, sin querer, en tu vestuario. Le taladras con la mirada y con la voz de arpía que te sale cuando algo te huele mal: ahí estoy yo, le dices, y cierras la cortina con brusquedad. Él te pide perdón, aunque casi no le oyes. Entra con varias camisas de manga larga al vestuario. Tú te olvidas de él. Decides lo que quieres, si te convence o no la mercancía, cómo y cuando le vas a dar uso y por qué. Sales del vestuario de pija, tal cual llegabas, con el vestido de flores azules y verdes, tus gafas de Cutler and Gross y tus zapatos de Camper. Llevas el bolso rojo de cuero que el día anterior compraste en una tienda de segunda mano de la calle Pez. Y sales convencida de que la depresión, el malestar, y la injusticia, se olvidan, momentáneamente, comprando, consumiendo, dejándote llevar por poseer, tener aquello que no necesitas para nada pero te hace sentir mejor. Llevas una falda, un bolso y una camiseta verdes al mostrador. La chica lesbiana te sigue. Te gusta ella, pero no te gustan las mujeres. Ella no es guapa, no es alta, ni es delgada. Ella te recuerda a la muñecas con las que jugabas de pequeña. La vas a pagar, incluso vas a comprar algo que no te convence por ella, por sus piropos, pero entonces abres tu bolso y descubres que no tienes la cartera.
Reconstruyes el pasado a retazos. Lo ves claro. El puto yonki te ha robado la cartera. Lo dices en alto, ofendida, aunque el vendedor de la tienda diga que no, que el cliente anterior tenía cara normal. Sabes que trata de proteger el local. Ella sí te da la razón. Les dices que era un hombre vacío, un yonki en horas de trabajo para conseguir plata para su próxima dosis. Sabes que fue él. Lo viste en su mirada. Ya te pasó otras veces, que se agazaparon detrás de las camisas o los pantalones, estaban cerca de tí, y cuando te despistaste un segundo te dieron el palo. Los drogadictos lo hacen a menudo. Esa es su estrategia. Siguen a las pijas, pero tú no te diste cuenta antes de salir de casa que Malasaña y Chueca no son para ir de pija. Lo sabes. No escarmientas. Te enfadas, pataleas, quieres tener una recortada en las manos y meterle cuatro tiros en la sien a ese hijo de puta, un heroinómano alto y vidrioso, plano. Te confías. Te confías de todos y así te va. La dependienta te ayuda a dar de baja tus tarjetas de crédito. La abrazarías con amor, que es lo que te pide sin palabras, pero tienes tal rabia dentro que no puedes. Quieres que al ladrón le pille un coche, o un autobús... Y luego piensas, pobre de él, bastante tiene con su miseria. Poco puedes echar de menos de la cartera: un dni y el tiempo que perderás para hacer otro, unas tarjetas de crédito y el estorbo que te supone pedir otras, una tarjeta de la seguridad social y volver al médico con la denuncia para pedir otra nueva, unos sesenta euros y la ilusión de que te haya tocado la lotería. A tí no, al yonki de mierda que se fundirá la pasta en droga y se pirará al otro barrio más feliz que dios. Eso es lo único que te molesta. En el fondo no es cierto. Te da rabia no haberte protegido, no reconocer en su mirada hueca el juego y la intención, o no poner remedio a lo que tu sexto sentido te decía. Pero no, no quieres pegarle tres tiros. Te da igual. El tío te importa un bledo. Tú te sientes impotente. O tú sabías que no querías comprar esa ropa. Que te daba igual. Que solo querías pasar el tiempo y llamar la atención para que algo te ocurriera. Que en el fondo lo único que puedes pensar de todo lo ocurrido es que la calle es insegura, hay cierta desesperación, y los yonkis son unos rastreros que bien podían pedirte por las buenas la guita. Pero no, robar da más morbo. Cuando sales de la tienda te sientes aliviada. No has comprado nada, te han ayudado a que renueves las tarjetas y el dni, te han robado la ilusión de que te toque una lotería que nunca te toca (qué harías si te tocara, solo pensarlo es un agobio), el bolso te pesa menos y el tiempo te ha dejado de importar como antes. Entonces ¿de qué te quejas?