martes, 6 de noviembre de 2007

NOVIO

Tuve un novio que me duró una eternidad. Cuando la eternidad por fin terminó, me quedé vacía.

MEDALLA

Cuando nació dormía más que un koala. Si el día tenía seis horas, el lustroso camaleón del ministro, tenía los ojos cerrados durante cinco horas y veintinueve minutos. He de añadir a esto, que aquí las horas duran treinta minutos de los nuestros, así que los días, si viviéramos en Morpheoburgo, se nos convertirían en el suspiro de un hada. El camaleón del ministro era el dueño y señor de este inquietante lugar, y el ministro no era más que su esclavo, pues la esclavitud era algo que se premiaba con medallas. A más esclavos, más medallas. Así el camaleón tenía una colección que no le cabía en el chalet adosado de tres plantas que le regalaron el día de su coronación. Las medallas las había transportado el ministro, una por una, a una caja de seguridad del museo del metal de Morpheoburgo. Hasta aquí todo resultaba de cierta normalidad, teniendo en cuenta que todos lo habitantes de este emporio dormían una media de cuatro a cinco horas. Al ministro, que era de los pocos insomnes del lugar, le gustaba ir a ver las pertenencias del camaleón, contar las medallas una por una, repasar el número de árboles, de flores y de zapatos de su amo, así como fijarse en posibles candidatas para su minuto de gloria, que lo era, pues cada día que el camaleón se tiraba a alguna ciudadana, la dejaba inmediatamente en estado de gracia y dulzura. Ese día el ministro volvió al chalet adosado con cierta tristeza porque la única mujer que había visto le gustaba, por primera vez en su vida, a él, y porque además, algo realmente extraño había ocurrido con las medallas: después de contarlas tres veces seguidas, se dio cuenta de que faltaba una. Faltaba, curiosamente, la medalla preferida del camaleón. Cuando este despertó a las cinco y veintinueve reclamó el desayuno, los zapatos, y una mujer, la que fuera, inmediatamente, antes de que se quedara dormido. Entonces el ministro, reverente, educado y conocedor de las manías del bicho, le dijo bajando el tono de voz que no había mujer para él, y que algún mal nacido había robado la medalla heredada de su abuelo. El camaleón entró en cólera y la primera orden que dio fue matar a todas las mujeres del reino, y la segunda no llegó a pronunciarla, se quedó dormido al minuto. El ministro fue a buscar a la mujer de la que se había enamorado y le pidió que huyera con él a otro país. Ella, un ser hermoso y dotado con las infraestructuras más elegantes del reino, con la mirada atenta en los ojos de un viejo esclavo que no valía ni para remendar su ropa interior, gritó en medio de la ciudad:
- He aquí al ladrón de la medalla de nuestro señor. Arréstenle ahora mismo, antes de que se escape.

TELÉFONO

Mariano, el chimpancé, se compró un teléfono de tercera generación para comunicarse con Tarzán. Sabía que si daba con él podría recuperar a Chita, su bisabuela, la mejor actriz de todos los tiempos. Cuando se lo vendieron los paquistanís de Lavapiés le dijeron que tuviera cuidado con el correo electrónico, consumía mucho y no era muy útil, ya que Mariano se quejaba de lo caro del dichoso móvil. Así que Mariano, a pesar de tener ese pedazo de aparato, decidió utilizarlo sólo para lo más básico. Primero llamó a la casa de su madre adoptiva que, como los chinos le estaban poniendo la cosa difícil con la adopción de niñas, se decidió por un chimpancé: nuestro querido Mariano.
Cuando marcó el número de teléfono de su casa, lo cogió su hermana pequeña, que no era china; tenía un aparato en los dientes y se la entendía fatal.
- Hermanita, soy Mariano, pásame con mamá.
- Zi, clado, ya te pazo. Odye, Madiano, ¿pod qué te comizte mi helado de té vezde?
- Mira, no me quiero gastar mucho con esto, ya te explicaré por qué. Anda, guapa, pásame a mamá.
Cuando la madre se puso al teléfono lo primero que hizo fue pegar un grito:
- Mariano, ¿cómo se te ocurre comprarte un teléfono?
- Pero mamá, tenía muchas ganas de uno, ya lo sabes. Llevo tiempo ahorrando para conseguirlo. ¡Cómo todo el mundo tiene uno!
- Hijo mío, tú no eres como todo el mundo.
- ¡Así que no te hace ilusión que me pueda comunicar contigo cuando estoy fuera de casa!
- No es eso hijito. Es que… es un poco ridículo que alguien como tú ande por la calle hablando por teléfono.
- O sea, que te avergüenzas de mí.
- No cariño, no. Es que hay cosas normales y cosas no tan normales. Y ya sabes como es la gente.
- Sabes lo que te digo, mamá, que me importa un bledo la gente.
Mariano colgó de sopetón, enfadado, y encantado con el invento. Por primera vez, cuando se enfadaba con mamá, podía mandarla a la mierda sin tener que ver luego su cara furiosa y respondona. Así que pensó que lo mejor sería atacar a mamá con el móvil cada vez que ella le atacara a él. Solo lo hizo una vez. La cabeza de su mamá se abrió en canal, igual que el móvil, y a Mariano la única opción que le quedó fue adoptar a su hermana llamándola Chita. Por supuesto de Tarzán no encontró ni el taparrabos.

GAFAS

La cigüeña no veía a más de tres metros de distancia así que el médico le sugirió que se graduara la vista. Con piel de cocodrilo y medusa disecada, los buitres de León le fabricaron su primer par de gafas, copiadas, a partir de ese momento, por otros diseñadores de gafas para aves. Cuando la cigüeña chocó con un poste de la luz, y se le electrizó hasta el bello púbico, ningún pseudo periodista, ni sabueso de revistas del corazón aviar, hizo mención a su entierro en privado, pues lo de las gafas se había convertido en tal negocio, que ahora los ecologistas solo parecían preocupados por la extinción de cocodrilos y medusas. Allá donde uno mirara, veía las carreteras celestes de las voladoras, plagadas de nubes y cientos de gafas perdidas, cayendo como por arte de magia a la tierra, lloviendo piel de cocodrilo. Entonces un edicto de la entrepierna decidió tapiar el cielo para que los hombres no se sintieran atacados por la nueva moda de los pájaros. Por lo de que caguen encima, pase, pero ya, lo de que se les caigan las gafas, y otros objetos personales de mayor envergadura… no da buen ejemplo a los influenciables renacuajos que juegan a tirar piedras a las cigüeñas, a ver si les cae un niño del cielo. Cuando la tapia se construyó, al ser transparente para dejar pasar la luz del sol, las piedras rebotaban sin dar a las cigüeñas, y los hombres, sin querer, se empezaron a apedrear unos a otros, hasta que volvieron a la prehistoria y el mundo empezó un nuevo y ya conocido ciclo, esta vez, sin aves en los cielos, para no cagarla de nuevo.

ORQUESTA

La joven efébica, alada y verdosa, llamaba con su canto a los cocodrilos, las lagartijas y a sus machos ingenuos. Ellos, dispuestos, se abalanzaban a las lianas para llegar a conquistarla y dejarse devorar por sus fauces hambrientas. Había muchos, cientos, haciendo cola, entre las ramas de los árboles; a ver a quién le tocaba antes. La amantis religiosa hembra, cantante de ópera y famosa por ser la más rápida haciendo encaje de bolillos, esperaba impaciente, escondida entre las hojas camaleónicas, su época anoréxica. Dejaba sus labores para otros ratos y entonces empezaba a trabajar para mantener la especie: uno por uno iban pasando por sus fauces, los machos verdes, contentos y maravillados, viendo como el de delante era engullido y vomitado por la cantante. Así, cuando el vómito secaba, ya tenía la cama arreglada para los pequeños, convertidos, año tras año, en orquestas de cantores.

AGOSTO

Los yonquis también se van de vacaciones en agosto, pero la heroína les persigue.

DIENTES

La abuela se saca la dentadura postiza; la lava con destreza, apoyada por un cepillo de dientes y la técnica mejorada del pasar del tiempo. Su nieto, de cuatro años, la observa recordando los dientes, en las manos, de su otra abuela. Al fin, después de un rato de tocarse los suyos, pequeños y perfectamente alinéados, comenta resignado:
- Yo no puedo sacármelos.
Enrique se va enfadado con su dentadura, buscándole las vueltas en el velo del paladar.

viernes, 2 de noviembre de 2007

TOILET

WASABI

CON EL CULO AL AIRE

FAMILY

DANCE AND DANCER



ESCRITOR

¿A medida que para el tiempo uno escribe mejor, o simplemente pasa el tiempo?

OXÍGENO

Demasiado aire para tan poco oxígeno. No puedo respirar.

John Atway

CELOS